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Para gustar de un autor no es menester coincidir con él en opiniones y creencias, ni mucho menos dejarse convencer por sus razonamientos. A menudo suele sucederme lo contrario, y así me sucede con el libro de D. Pompeyo Gener. Mucho tengo que aplaudir en dicho libro, y muy poco de lo que dice me convence, aunque aplaudo el entusiasmo, el saber y él ingenio con que lo dice.

Aunque sea insensato vivir en pugna constante con su tiempo, aún lo es más abrazarse á él con todas las fuerzas del espíritu y no querer gustar ni sentir las obras de los que nos han precedido.

La melancolía era el castigo impuesto por la Naturaleza a los déspotas de la decadencia occidental. Cuando un rey tenía cierta predisposición artística, como Fernando VI, en vez de gustar la alegría de vivir, moría de tristeza escuchando las arias de tiple con que le arrullaba femeninamente Farinelli.

Arturito volvió a gustar de su patria como cuando era estudiante y no había vivido aún en el corazón y en el cerebro del mundo, como llama a París Víctor Hugo. Se hizo ordenado y económico y ni gastaba ni sabía en qué gastar su dinero. No pensaba ya en francachelas ni en vigilias tempestuosas.

Nunca como aquella tarde, después del larguísimo encierro, sintió de modo tan fuerte la tentación de la mujer. ¿Sería, en verdad, un soplo maldito ese incentivo que llegaba en las ondas del aire, ese almizcle indefinido de la hembra, que hacía temblar a los santos y contra el cual los conventos levantaban sus poderosas murallas sin aberturas? ¿No fue, acaso, el Divino Alfarero quien torneara con visible complacencia las formas de aquella ánfora maravillosa? ¿Cómo podía ser tan grande pecado gustar sus delicias? ¡Ah! ¿por qué tanto miedo y tanta pena? ¿Por qué no gozar de una bella criatura como del fruto de un árbol? ¿Por qué aquellas que le expresaban con cautelosa mirada su deseo no venían a ofrecérsele ingenuamente, una a una, como en los sueños? ¿Por qué tanto pavor entremezclado al más delicioso consuelo del mundo?

La mirada, siempre fija en la llama, se fatigaba; la vista disminuía; el espinazo, encorvado de continuo, llevaba, a puros esguinces, la cuenta de los barquillos que salían del molde. ¡Y ningún día de descanso! No pueden los barquillos hacerse de víspera; si han de gustar a la gente menuda y golosa, conviene que sean fresquitos. Un nada de humedad los reblandece.

Un nuevo dia me llama hacia la otra orilla; un carro de fuego pasa sobre mi cabeza, quiero subir en el, sabre recorrer las esferas etereas y gustar las delicias de los cielos. "Pero ?como merecerlas en mi abatimiento? Si, yo lo puedo, si me atrevo a hacerlo, si derribo con valor las puertas de la muerte, delante de las cuales todos pasan temblando.

Se veía a él, pobre niño, enteco y enfermizo, pasando dos y tres horas arrodillado en la iglesia, sin gustar jamás el placer de correr al aire libre como los hijos de los miserables pescadores, sin tener un compañero con quien comunicar sus inocentes pensamientos. Un día igual a otro. El cielo siempre plomizo. La mar bramando tristemente en las peñas.

-Eso no haré yo -dijo Sancho-, ni de malo ni de buen talante, en ninguna manera; y si es que este rapamiento no se puede hacer sin que yo suba a las ancas, bien puede buscar mi señor otro escudero que le acompañe, y estas señoras otro modo de alisarse los rostros; que yo no soy brujo, para gustar de andar por los aires.

La indita de saya azul da a gustar a la vaca mirona una de las tazas de coco abandonadas. Al pescante van Pedro y Adela: Lucía, menos contenta, a la imperial con Juan. Ya la casa de la finca, toda blanca, de techo encarnado, se ve a poca distancia.