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Después del primer viaje de Colón, los puertos españoles habían sido como palomares abiertos, de cuyas bocas se escapaban con las alas tendidas las frágiles y audaces carabelas. Los espejismos del oro y el espíritu de aventura desarrollado por siete siglos de guerra con el sarraceno empujaban a los audaces.

Era necesario ver la multitud que se apretujaba bajo los pórticos de la iglesia, las jóvenes con su corpiño escarlata bordado de azul y con sus cofias, las viejas con sus capas que las tapaban por completo, los hombres con sus birretes negros, de los que se escapaban largos cabellos que caían hasta su ancho cinturón de cuero, del que pendía un largo cuchillo.

A no ser por las vedijas negras que se escapaban de la chimenea, para quedar flotando en la calma bochornosa de la tarde, se hubiese podido creer que el buque no marchaba... Y la isla siempre a la vista, como los países encantados de las leyendas, que parecen avanzar detrás de los pasos del que huye. Un silencio de sesteo extendía su paz abrumadora sobre la cubierta inundada de luz.

Y como para que el teatro se sostuviese era preciso el concurso de todos, el resultado era que los cómicos se escapaban siempre muertos de hambre. Lo primero que le preguntaban a don Mateo en las casas cuando iba a suplicar que se abonasen, era: ¿Se han abonado Fulano, Mengano y Zutano? Si contestaba afirmativamente, ya se sabía lo que le decían: Pues no cuente usted con nosotros.

No así con otros; había declarado la guerra a las palomas y a las gallinas, se entretenía en atormentar los insectos que caían en sus manos, y de ellas no escapaban con vida ni mayales ni mariposas. El gato, un gato regalón, muy querido de todos en la casa, huía del niño como del agua fría. Sólo Leal, el terranova pacífico y bonachón, el favorito de don Carlos, le sufría paciente y resignado.

Pasaba las noches hablando; las paradojas surcaban su charla como cohetes de brillantes colores; pero sentíase incapaz de fijar con la pluma ni una pequeña parte de las ideas que se le escapaban en el chorro de la conversación.

Los naturales los recibieron abiertas las puertas, como quien escapaban de tan dura servidumbre, pareciéndoles que con esto alcanzarian perdon de haberse entregado antes fácilmente á los Turcos. Roger perdonó la multitud del pueblo, pero castigó gravemente á muchos. Cortó la cabeza al Gobernador, y al más principal viejo del regimiento condenó á la horca.

Con lo que le restaba de la paga atendía pasablemente a sus necesidades, que no eran muchas: un traje decente, una taza de café, al teatro los sábados y a los conciertos los domingos de primavera. Había, no obstante, cierto agujero por donde se le escapaban más pesetas de las que podía destinar a sus placeres, colocándole a veces en situación angustiosa.

Y la pobre mujer se lamentaba y lloraba; Plácido se ponía más sombrío y de su pecho se escapaban ahogados suspiros. ¿Qué saco con ser abogado? respondía. ¿Qué va á ser de ? continuaba la madre juntando las manos: ¡te van á llamar pilibistiero y serás ahorcado! ¡Yo ya te decía que tuvieses paciencia, que seas humilde!

En la mancha de sol que proyectaba el hueco de la puerta sobre las baldosas, se marcó la sombra de una mujer. Era una hortelana pobremente vestida. Parecía joven, pero su cara pálida y flácida como de papel marcando los salientes y cavidades de su cráneo, los ojos hundidos y mates y las mechas de cabello sucio que se escapaban por bajo el anudado pañuelo, dábanla aspecto de enfermedad y miseria.