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En efecto, a los pocos pasos que dio por el espacioso corredor donde se amontonaban los socios en espera del aviso de la conferencia vio a su amigo en el centro de un grupo de artistas, sorprendiéndoles y haciéndoles reír como siempre con sus paradojas.

Con las paradojas del Contrato Social se sublevó la Francia; Buenos Aires hizo lo mismo; Voltaire había desacreditado al cristianismo, se desacreditó también en Buenos Aires; Montesquieu distinguió tres poderes, y al punto tres poderes tuvimos nosotros; Benjamín Constant y Bentham anulaban al ejecutivo, nulo de nacimiento se le constituyó allí; Smith y Say predicaban el comercio libre, libre el comercio se repitió.

Sin que ella los provocase, acudían a su memoria recuerdos de la niñez, fragmentos de las conversaciones de su padre, el filósofo, sentencias de escéptico, paradojas de pesimista, que en los tiempos lejanos en que las había oído no tenían sentido claro para ella, mas que ahora le parecían materia digna de atención.

Augusto consolaba a su amiga con las frases más escogidas, con los pensamientos más cristianos que le sugería su rica imaginación; pero toda su dialéctica, engalanada de formas poéticas y de bonitas paradojas, no logró llevar la serenidad al perturbado espíritu de la pobre mujer. Esta le dijo: «Mañana, mañana me tocará a ». Dicho esto, su silencio fue absoluto durante todo el día.

En aquellos tiempos de tiranía y de inquisición había, sin embargo, más libertad; y no se nos tome esto en cuenta de paradojas, porque al fin se sabía por dónde podía venir la tempestad, y el que entonces la pagaba era por poco avisado.

Dueño de completamente y con una hermosa mujer que le escuchaba atenta, hablaba como si fuera para adentro, vaciando el cargamento de ideas más o menos poéticas, de paradojas fantásticas, de conceptos retorcidos que tenía en la cabeza: los exhibía con arrogancia, satisfaciendo su vanidad, deseando tanto ser admirado como amado.

Pero nunca con el fin de que saque de ello provecho ni mi dignidad de hombre, ni mi gusto, ni mi vanidad, ni los otros ni yo mismo. Será sin más propósito que el de expulsar de mi cerebro algo que me molesta. Sonrió al oír la curiosa y vulgar explicación que daba yo a un fenómeno bastante noble. ¡Qué hombre tan singular resulta usted con sus paradojas!

A ver, siga usted: eso me interesa; suelte su bagaje de paradojas. Es divertido, y le hará olvidar el recuerdo de sus tristezas pasadas. Pero Maltrana, insensible al regocijo de su amigo, siguió hablando. Un movimiento universal, semejante al nacimiento de una religión poderosa, se estaba apoderando de los destinos del mundo.

Por lo bien que decía las cosas y la gracia de sus juicios, aparentaba saber más de lo que sabía, y en su boca las paradojas eran más bonitas que las verdades. Vestía con elegancia y tenía tan buena educación, que se le perdonaba fácilmente el hablar demasiado.

Pasaba las noches hablando; las paradojas surcaban su charla como cohetes de brillantes colores; pero sentíase incapaz de fijar con la pluma ni una pequeña parte de las ideas que se le escapaban en el chorro de la conversación.