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Don Simón no había perdido aún la fe en el, para entonces, desacreditado aforismo: «de la discusión nace la luz». No contenía el acta una mala protesta, ni él creía lo que se contaba de su elección sobre atropellos cometidos por sus auxiliares; pero tales cosas podrían decirse en el Congreso; de tal modo podrían presentarse los hechos, que al fin vacilaran los ánimos y se pusiera todo el mundo de parte del vencido, lo cual equivalía a echarle a él de allí y obligarle a volverse a su cosa, como un Juan particular, sin haber llegado a ser inviolable.

Los que estaban furiosos eran los libre-pensadores que comían de carne en una fonda todos los viernes Santos. «¡Aquel don Pompeyo les había desacreditado! »¡Vaya un libre-pensador! »¡Era un gallina! »¡Murió loco! »¡Le dieron hechizos! »¿Qué hechizos? Morfina. »El clero, milagros del clero... »Le convirtieron con opio... »La debilidad hace sola esos milagros... »Sobre todo era un badulaque...».

Lo que allí sucedería después, no hay para qué referirlo. Conducido a su habitación y puesta en movimiento media casa, sometiósele al tratamiento que la ciencia tiene menos desacreditado para esos lances, y se esperó el resultado de él y el de la primera consulta que celebró un rebaño de doctores que fueron acudiendo alrededor del paciente, los más de ellos sin que nadie los llamara.

El pueblo de Riosa quiere dar una prueba de respeto y gratitud a su decidido protector, al que en circunstancias críticas no ha vacilado en exponer un enorme capital comprando este desacreditado establecimiento y salvándolo de la ruina. ¡Qué hermoso es hacer bien! exclamó Lola Madariaga con voz conmovida, posando en Salabert con admiración sus dulcísimos ojos.

Los jefes de los diversos grupos electorales preferían ser engañados sirviendo al Gobierno, a ser servidos a medias por un charlatán con el desacreditado título de candidato independiente.

Con las paradojas del Contrato Social se sublevó la Francia; Buenos Aires hizo lo mismo; Voltaire había desacreditado al cristianismo, se desacreditó también en Buenos Aires; Montesquieu distinguió tres poderes, y al punto tres poderes tuvimos nosotros; Benjamín Constant y Bentham anulaban al ejecutivo, nulo de nacimiento se le constituyó allí; Smith y Say predicaban el comercio libre, libre el comercio se repitió.

Está arruinado, desacreditado, y proscrito: tres ruinas pesan á un mismo tiempo sobre el comerciante. La ruina del dinero, la ruina del nombre, y la ruina de la libertad. ¡Está perdido! decía todo el mundo. Y él contestaba en su interior: ¡no, no estoy perdido! ¡Ya no vuelve á España! volvian á decir, aún las personas que le tocaban más de cerca.