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He ahí cómo debemos pensar respecto a la España, abandonando los temas retóricos, las declamaciones ampulosas sobre la tiranía de la metrópoli, sobre su absurdo sistema comercial, que le fue más perjudicial que a nosotros mismos, y recordando sólo que la historia humana gravita sobre la solidaridad humana. El pasado es una lección y no una fuente de eterno encono.

La tiranía de Maza irritaba de tal modo los ánimos de los amigos de don Rosendo, que apelaban a todos los medios imaginables para contrarrestarla. A todo trance querían procesarle por abuso de facultades.

Las palabras dichas por el viejo no le dejaban duda respecto á su carácter. Era un realista fanático, un ciego amante de la tiranía. Con los ojos encendidos de cólera y el habla venenosa y fuerte, le había dicho que no fuera á su casa mientras no cambiara de ideas, ¿Qué hacer?

Satisfecha ya la tirania de los cómplices, con tantos y tan trágicos sucesos, procuraban cohonestar sus maldades con algun específico pretesto, por si quedaban sometidos á la obediencia del Rey.

Pero no se halla todavía dinero y la tiranía crece, la tiranía no respeta ya nada: ni la fe de los tratados humanos, ni la fe de este eterno pacto de justicia que el hombre tiene hecho con Dios. El edicto de la expulsión de los moriscos, llena de horror á todos los pechos generosos...

Todo lo que entonces hubiese hecho en contradicción con los dos proyectos de doña Inés del casamiento de su padre y del monjío de ella, hubiera sido la más audaz rebelión contra la tiranía de la reina absoluta de Villalegre, y a don Paco y a ella los hubiera puesto en peligro de tener que emigrar, como Adán y Eva, expulsados del Paraíso.

»Como satisfecho de este postrer acto de tiranía que labraba mi eterna desdicha, y como si hubiese concluido su obra sobre la tierra, mi tío murió al año de efectuarse mi matrimonio, dejándonos todos sus bienes. Ningún cambio hubo en mi suerte, ninguna nueva de Carlos.

Los muertos no se van, porque son los amos. Los muertos mandan, y es inútil resistirse a sus órdenes. ¡Ay! El hombre de las grandes ciudades, que vive vertiginosamente, no sabe quién hizo su casa, quién elaboró su pan, y no ve de la libre Naturaleza otras obras que los pobres árboles que adornan las calles, ignora la tiranía de los muertos.

No amo al rey, pero le respeto... No le ruego, pero me ofende que vasallos se atrevan á mandar en mi casa, y nieta, y hermana, y esposa de rey, no puedo sufrir con paciencia que el trono donde yo me siento esté hollado por traidores; que el rey, á quien estoy unida por la religión y por las leyes, autorice el robo, la tiranía, los cohechos, las infamias de esa especie de gran bandido, que se llama don Francisco de Sandoval y Rojas, marqués de Denia, duque de Lerma, y más que secretario del despacho, verdadero rey de España.

Nietzsche acepta el dolor, el padecimiento, la conquista, la tiranía más ruda, si por tales medios se abre camino para el advenimiento del super-hombre.