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Todos pudimos observar la cara de un hombre envejecido y prematuramente arrugado, con grandes ojos en que se mostraba la solemnidad característica del búho. Los grandes ojos erraron desde la cara de Yuba-Bill hasta la linterna y acabaron por fijar sus inconscientes miradas en aquel objeto deslumbrador. Bill estaba ciego de coraje.

Estas consideraciones no deben perderse nunca de vista, cuando se nos ofrece examinar la íntima naturaleza de una cosa para fijar los principios constitutivos de su esencia. Seamos pues diligentes en investigar, pero muy mesurados en definir.

No hay derecho exclama días después al encontrarme en la calle . Me hace usted fijar una hora, me hace usted correr, y resulta que no me aguarda usted ni diez minutos. A las ocho y media en punto yo estaba en el café. Y lo más curioso es que la indignación de mi amigo es auténtica. Eso de que dos hombres que se citan a las ocho tengan que reunirse a las ocho, le parece algo completamente absurdo.

Si no hubiera puesto ya en él todos los afectos disponibles de su gran corazón, bastaría aquel acto para que le amase sobre todas las cosas. Pero Joaquín dijo más. La señora marquesa de Aransis se había dignado fijar el día siguiente, 11 de febrero, a las cuatro de la tarde, para recibir a la señorita de Rufete.

Pasaba las noches hablando; las paradojas surcaban su charla como cohetes de brillantes colores; pero sentíase incapaz de fijar con la pluma ni una pequeña parte de las ideas que se le escapaban en el chorro de la conversación.

»¡Y todo este diálogo, con mucho más que no hay para qué reproducir, le sostenía yo para ir alejando el instante de fijar la vista en el papel, que me abrasaba las manos! Fuera de quien fuera, ¿qué más daba, si era la delación de mis delitos al juez que más me intimidaba en el mundo!

El susurro apagado de la conversación de los dos hermanos, cortado a menudo por alguna carcajada reprimida, despertaba en su corazón una envidia punzante y triste. La joven era hermosa, con una fisonomía noble y simpática. Ricardo, sin darse cuenta, la estuvo mirando toda la noche; pero ella no pareció fijar la atención en él.

Ella me ha llevado a la fortuna... ¡fortuna honrada, se lo aseguro! Su amigo es el amigo de Teobaldo, y no ha dejado de ser hombre de bien; si no lo fuese, no estaría en presencia de usted... no se atrevería a fijar los ojos en el ángel que ama, que adora... No, no repitió bajando la voz: ¡que reverencia, que respeta, y que le han arrebatado para siempre!

Entre los varios adoradores y solicitantes que su mano tuvo, y que entraban y caían de su gracia alternativa y rápidamente, llegó uno que logró fijar algo más su atención. Llamábase Tomás Osorio. Era un joven de veintiocho a treinta años de edad, rico, exiguo y delicado de figura, de rostro agraciado y genio vivo y resuelto.

La edad de oro del drama religioso, que se puede fijar en el siglo XIV, es tan conocida por muchas obras, y últimamente por la publicación de sus monumentos literarios más notables, que bastará tratar de ella sólo en general, y en cuanto sea suficiente para dar á conocer con claridad el drama español coetáneo, y el posterior á él.