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El arte del seductor se extendía sobre aquel mantel, ya arrugado y sucio; anfiteatro propio del cadáver del amor carnal. Mesía se dejaba ver por dentro, más que por complacer a sus oyentes, por oírse a mismo, por saber que él era todavía quien era. «Las trazas del amor eran casi siempre malas artes; era un soñador el que pensase otra cosa.

Delgada, más bien escuálida y mal vestida, parecía pasar bastante de los cincuenta. Sus cabellos mal peinados caían en grises mechones sobre su arrugado cuello; su rostro de cabra vieja, en que lucían dos brillantes ojos, tenían una expresión de maligna desvergüenza. ¿No me reconoce usted? insistió.

Esto no es París ni Londres; pero resulta suficientemente grande para que no se tropiecen nunca dos personas cuando una hace la vida de mujer abandonada, visitando más las iglesias que los teatros, y la otra se agita en el mundo de noche y vuelve a casa todos los días a la hora en que el frac arrugado y la pechera abombada se impregnan del polvo que levantan los barrenderos y del humo de las buñolerías.

Un día, en su sala de ceremonias dio de manos a boca con un niño de uno de los criados, que se aventuró a llegar hasta allí, y quiso tomarle en sus brazos: pero el niño huyó ante su hosco y arrugado semblante. Por todo esto, pareciole muy pertinente reunir en su casa la buena sociedad de San Francisco, y de entre aquella exposición de doncellas elegir la compañera de su hijo.

Abrió Ana los ojos y miró a su don Víctor que a la luz de una lámpara de viaje, calada hasta las orejas una gorra de seda, leía tranquilamente, algo arrugado el entrecejo, El Mayor Monstruo los celos o el Tetrarca de Jerusalén, del inmortal Calderón de la Barca.

Todos pudimos observar la cara de un hombre envejecido y prematuramente arrugado, con grandes ojos en que se mostraba la solemnidad característica del búho. Los grandes ojos erraron desde la cara de Yuba-Bill hasta la linterna y acabaron por fijar sus inconscientes miradas en aquel objeto deslumbrador. Bill estaba ciego de coraje.

Hace como un mes que me hallaba sentado en la silenciosa y pequeña celda que tan hábilmente oculta la vasta riqueza de la cual soy hoy el único dueño y que me ha colocado entre los millonarios de Inglaterra, relatándole a fray Antonio los detalles de la trágica historia de Mabel y cuán cruelmente había sido víctima de tanta infamia, y al hacerlo, di rienda suelta a mis pensamientos, expresándome con franqueza sobre la acción cobarde del hombre que se había hundido en las profundidades del río subterráneo; pero el bondadoso monje, de rostro curtido y arrugado, levantó su mano, y, señalándome el gran crucifijo que había colgado en la pared me dijo con su voz tranquila: No, no, señor Greenwood.

Mirando estos capullos de mujer, don Fermín recordaba el botón de rosa que acababa de mascar, del que un fragmento arrugado se le asomaba a los labios todavía.

Pero el pellejo está muy arrugado de viejo, y de desnudo de carne, y es grossero como su dueño: y la sangre tostada de la Melancholía de mi fortuna. Condiciones no a propósito para esa indisposicion.

Volvía hacia el buque, y ella, que marchaba por una acera de la calle de Siam, le había reconocido, hablándole cariñosamente. Me ha dado recuerdos para usted... Está enterada de que ningún extraño puede entrar en el barco. Me dijo que había intentado venir á verle. Hizo una rebusca el cocinero en sus bolsillos, sacando un pedazo de papel arrugado, una hoja en blanco arrancada de una carta vieja.