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Después le causaba pavor la visión figurada de los pies de Mauricia... En la oscuridad, que surcaban rayas luminosas, veía las botas elegantes y pequeñas de la difunta... Los pies se movían, el cuerpo se levantaba, daba algunos pasos, iba hacia ella y le decía: «Fortunata, querida amiga de mi alma, ¿no me conoces? ¡Re...! Si no me he muerto, chica, si estoy en el mundo, créetelo porque yo te lo digo.

Surcaban aquella luz ciertas líneas o vetas brillantísimas que parecían de oro o de fuego, las cuales tan pronto se encendían como se apagaban y que cambiaban de lugar corriéndose de un lado para otro. De pronto exclamó el Capitán: ¡Costa allí! ¿Detrás de aquel fuego? preguntó Cornelio. No es un fuego; es una espléndida fosforescencia marina.

»El conde de Pópoli parecía satisfecho de sus proyectos; pero, a pesar de esto, en algunos momentos violentábase para aparecer con un aspecto tranquilo, y, en ocasiones, surcaban su frente imperceptibles arrugas. Contra su costumbre, parecía preocupado por una idea y semejábase a un hombre sumido en profundas meditaciones.

Catalina Lefèvre, de pie, a su lado, con un paquete de hilas sobre los brazos, parecía serena; pero de tanto apretar los dientes, dos profundas arrugas surcaban sus mejillas, a los lados de su ganchuda nariz. La anciana tenía los ojos fijos en el suelo y no veía nada. ¡Se ha terminado! dijo el doctor volviéndose.

Era un cuadro pintoresco que bien podía haber distraído el espíritu de María Teresa del pensamiento que la absorbía; pero la contemplación del Luxemburgo no calmaba su impaciencia. Sus miradas seguían con frecuencia los coches que surcaban la calle, y si alguno de ellos parecía querer detenerse delante de la puerta de su casa, la joven sentía latir su corazón un poco más ligero.

En las hermosas noches de luna de Agosto, bajo un cielo estrellado, respirando el aire puro del campo, ¡qué gratas resultaban aquellas fiestas de los melonares, y qué grato el regreso con las primeras luces del día, navegando en ligeras barquillas que surcaban las aguas del río tranquilas y serenas y rizadas apenas por las brisas del amanecer...!

Pero en aquellos antiguos tiempos el mar se alborotaba, se henchía y se rizaba, según su capricho, ó estaba sujeto solamente á los vientos tempestuosos, sin que apenas se hubiera intentado establecer código alguno que regulase las acciones de los que lo surcaban.

Estaba blanca y delicada como un copo de nieve; azules e hinchadas venas surcaban su enflaquecido cuello, y su frente, de una blancura tan transparente que parecía que una luz lo iluminara interiormente, estaba cubierta de gotas de sudor.

La sierra estaba al Noroeste y por el Sur que dejaba libre a la vista se alejaba el horizonte, señalado por siluetas de montañas desvanecidas en la niebla que deslumbraba como polvareda luminosa. Al Norte se adivinaba el mar detrás del arco perfecto del horizonte, bajo un cielo despejado, que surcaban como naves, ligeras nubecillas de un dorado pálido.

Aquello eran tierras: siempre verdes, con las entrañas incansables engendrando una cosecha tras otra, circulando el agua roja á todas horas como vivificante sangre por las innumerables acequias y regadoras que surcaban su superficie como una complicada red de venas y arterias; fecundas hasta alimentar familias enteras con cuadros que, por lo pequeños, parecían pañuelos de follaje.