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Actualizado: 20 de junio de 2025
Se interrumpió Felipe un momento en medio de su perorata, esperando conocer en el semblante de Amaury la impresión que le producían sus palabras, de cuya elocuencia por su parte no estaba descontento; pero sólo pudo notar que su oyente añadió un pliegue a los muchos que ya surcaban su frente, y exhaló un suspiro aún más profundo que el anterior.
Algunos jirones de niebla se alzaban lentamente del fondo de los arroyos que lo surcaban, y allá, al Occidente, una gran cortina de montañas negras, en cuyas cimas aun blanqueaba la nieve, cerrábalo bruscamente arrojando sobre él un manto de sombra.
Profundas arrugas surcaban las mejillas del caballero, que parecía no tener nada de amable. ¡Este es mi hombre! se dijo el cazador, mientras apoyaba en el hombro la carabina muy despacio. Luego apuntó, hizo fuego, y cuando miró, el anciano oficial había desaparecido.
Las golondrinas surcaban el aire, y por las noches, cuando los vencejos cesaban de perseguirse lanzando agudos chillidos, salían los murciélagos, y aquel raro enjambre que parecía resucitado en las cálidas noches, comenzaba su incierto revoloteo en derredor de las viviendas. Desde que comenzaba la recolección del heno la vida del campo era de constante fiesta.
Las cornetas de los bersaglieri alegraban al capitán como el anuncio de una entrada triunfal. «Va á llegar, va á llegar de un momento á otro...» Miraba la doble montaña de la isla de Capri, negra por la distancia, cerrando el golfo como un promontorio, y la costa de Sorrento, rectilínea lo mismo que un muro. «Allí está ella...» Luego seguía amorosamente el curso de los vaporcitos que surcaban la inmensa copa azul, abriendo un triángulo de espumas.
El globo estaba erizado de chimeneas; las inmensidades del Océano ofrecían siempre en el horizonte un punto negro y una nubecilla de humo; cascadas y ríos creaban al rodar fuerza y luz; las grandes barreras de piedra que llegan con su cumbre hasta las nubes sentían perforadas sus entrañas por un rosario de hormigas férreas resbalando sobre cintas de acero; en las obscuridades submarinas vibraban como bordones inteligentes los cables conductores del pensamiento; fuerzas misteriosas y hostiles trabajaban esclavizadas para el bienestar común; las antiguas hambres habían desaparecido gracias a las flotas inmensas que surcaban a todas horas el Océano, compensando con el sobrante de unos pueblos la carestía de otros; el hombre, hastiado de su reciente señorío sobre la costra terráquea, se lanzaba en el espacio, aprendiendo a volar.
Morsamor se negó a todo, si bien más suplicante que enojado, y alegando con suavidad y dulzura que, en el extremo a que habían llegado, era ya más peligroso volver atrás que seguir adelante; que la misma razón había para suponer tierras intermedias siguiendo hacia el Oriente que dirigiéndose hacia cualquier otro punto; y que, si el mar que surcaban no era interminable, más cerca debían de estar ya del mundo de Colón que del puerto de que habían salido y hasta que de las costas japonesas.
Frente del más populoso centro de la ciudad, en la opuesta orilla del río, se alzaba la villa de Almada, sobre enriscado promontorio. Y desde allí, mirando en dirección contraria a la que trae el agua, esta se extiende y la orilla se aleja, formando una extensa y grandiosa bahía, capaz de contener entonces todos los barcos de guerra y de comercio que surcaban los mares.
Intensos relámpagos iluminaron siniestramente el aire. Los rayos le surcaban de continuo. El bajel apresado no tardó en apartarse de la nave de Morsamor. La borrasca le llevó lejos de su vista. Morsamor hizo esfuerzos inauditos para salvar su nave, harto trabajada ya por larguísima navegación y por el choque y combate con el bajel corsario.
Tenía la misma figura gallarda y arrogante, mas el rostro estaba notablemente ajado; dibujábase en torno de sus ojos un círculo grande azulado, y surcaban su frente dos profundas arrugas, señales que acreditaban la violencia y soberbia de su genio: los negros y sedosos cabellos que Miguel admiraba en otro tiempo, blanqueaban ya por tantos sitios, que eran más grises que negros: vestía una bata de seda, también ajada, y ajados estaban también los muebles de la sala, y ajadas las cortinas y la alfombra.
Palabra del Dia
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