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Es una de esas facilidades que asombran por su incansable actividad. Jamás un instante de reposo para el espíritu; cuando la pluma no está en movimiento, lo está la lengua. Sale del Congreso, donde ha hablado tres horas, continúa la perorata en el Altozano hasta que cae la noche, y luego a casa, a escribir hasta el alba. Y eso todos los días, desde hace largos años.

La amazona cerró la puerta, y dentro continuó su perorata interrumpida. No queremos referir las muchas cosas buenas que dijo, mientras el muchacho se apoderaba otra vez del pecho, que tan bruscamente había perdido. Es casi seguro que manifestó deseos de tener delante al bárbaro Elio para clavarle sus tijeras en el corazón. Penetremos ahora en la Fontana. #El club patriótico#.

Vamos, que sentía de veras no estuviese delante de él en el sillón de hule la propia viuda de Jáuregui en imagen corpórea, porque de fijo le diría lo mismo que estaba diciendo ante su imagen figurada y supuesta. Después salió otra vez al pasillo, donde continuó la perorata, paseándose de un extremo a otro, y gesticulando a favor de la oscuridad.

Aquellas reticencias respecto a Gloria, con que no contaba, me molestaron más aún que el discurso de don Oscar, que se apresuró a tomar la palabra, diciendo: No estoy conforme con casi nada de lo que acaba de decirnos este caballerito. Ha hablado bastante, y a pesar de traerlo aprendido de memoria, he observado mucha confusión y mucho desorden en su perorata.

Son tantas las causas que impulsan a Isaac a destruir sus obras y a darse muerte después, que el lector no acierta a determinar cuál de ellas ha sido la más importante: si el poco éxito que en el Ayuntamiento ha tenido su perorata; si la censura, aunque severa, no del todo infundada, de algunos de sus trabajos artísticos; si la separación de Filipinas, que hace casi imposible que le paguen el monumento a Legazpi; si sus grandes apuros pecuniarios; y, por último, si el desamor y el insolente desdén de su mujer, pintada en la novela de mano maestra.

Quedaron sólo dos, y el mentiroso continuó su perorata en estos términos: «Lo primero que habría que hacer era construir barcos de 95 a 100 varas de largo. ¡Caracoles! ¿Sabe usted que la lanchita sería regular? indicó un oficial . ¡Cien varas! El Trinidad, que santa gloria haya, tenía setenta, y a todos parecía demasiado largo.

Concluía la charlatana vieja su perorata, cuando ocurrió un suceso tan extraño, fenomenal e inaudito, que no podría ser comparado sino a la súbita caída de un rayo en medio de la comunidad mendicante, o a la explosión de una bomba: tales fueron el estupor y azoramiento que en toda la caterva mísera produjo. Los más antiguos no recordaban nada semejante; los nuevos no sabían lo que les pasaba.

La noticia del regreso de los de Santa Cruz, que le fue comunicada por Casta, avivó en la viuda de Jáuregui los deseos de emprender su campaña reparadora en favor de su sobrina. Cogiola muy a mano aquel día y le endilgó otra perorata: «Ahora o nunca. El enemigo en puerta.

La marquesa miraba y escuchaba a Jacobo con entusiasmo, con admiración..., con admiración tan grande y profunda, como que algo parecido a aquella hermosa perorata lo había leído ella en Veuillot hacía varios años; como que allí mismo, en el secrétaire que tenía delante, hallábase guardada entre los papeles de Elvira la escritura de venta de la torre de Téllez-Ponce, sacada a pública subasta por los acreedores de Jacobo y comprada bajo cuerda por Elvira misma, para salvar de los usureros aquel último recuerdo histórico de la familia a que pertenecía su hijo.

Cierto día, un joven melenudo y de barbuda faz hacía en su presencia desmedidos elogios de Robespierre, declarándose acendrado partidario de su sistema, lamentando su prematuro fin y augurando su rehabilitación como un acto de justicia. Ese grande hombre no ha sido bien comprendido dijo al terminar su perorata. Pero guillotinado, afortunadamente replicó el conde de M...