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Extraordinarias fueron la sorpresa y la alegría de los peregrinos cuando vieron extenderse a sus pies, desde la elevación en que se hallaban, la más amena, fértil y bien cultivada llanura que imaginarse puede. La vega deleitosa estaba regada por dos ríos y por muchos arroyos y acequias de agua cristalina. Se veían huertos, sembrados, y muy elegantes jardines.

En las acequias conmovíase la tersa lámina de cristal rojizo con chapuzones que hacían callar á las ranas; sonaba luego un ruidoso batir de alas, é iban deslizándose los ánades lo mismo que galeras de marfil, moviendo cual fantásticas proas sus cuellos de serpiente. La vida, que con la luz inundaba la vega, iba penetrando en el interior de barracas y alquerías.

13 Todas sus bestias destruiré de sobre las muchas aguas; ni más las enturbiará pie de hombre, ni pezuña de bestia las enturbiará. 14 Entonces haré hundir sus aguas, y haré ir sus acequias como aceite, dijo el Señor DIOS. 15 Cuando asolare la tierra de Egipto, y la tierra fuere asolada de su plenitud, cuando herire a todos los que en ella moran, sabrán que yo [soy] el SE

El ganado rumiaba la yerba seca en el fondo de los establos; los paisanos mascaban las castañas al amor de la lumbre y sólo salían cuando escampaba para abrir y limpiar las pequeñas acequias de los prados, ó revisar las paredillas y setos que las cierran. También solían ir al monte á cortar leña ó en busca de helecho y árgoma para hacer cama á las reses.

Verdadero tipo a lo Fenimore, trampero por tierra y por agua, guardapesca y guardacaza, las gentes del país le llaman el Rondador porque, entre las brumas del alba o del anochecer, ocúltase siempre entre los cañaverales, acechando, o bien inmóvil en su barquichuelo, ocupado en vigilar sus atolladeros en los estanques y en las acequias.

Después de atravesar los terrenos de cultivo, nos encontramos en plena Camargue montaraz. Lagunas y acequias brillan hasta perderse de vista entre los pastos y las salicarias. Bosquecillos de tamariscos y de cañas ondulan como un mar en calma. Ningún árbol elevado turba el aspecto liso, inmenso, de la llanura. Apriscos de ganado extienden de vez en cuando su baja techumbre casi a nivel del suelo.

La tierra está en canteros, rodeados de acequias, por donde corre el agua clara, haciendo a los canteros como islotes. Uno está lleno de pensamientos negros; y otro de fresas como corales, escondidas entre las hojas verdes; y otro de chícharos, y de espárragos, que dan la hoja muy linda. Hay un cantero rojo y amarillo, que es de tulipanes.

Eran los amos del agua; en sus manos estaba la vida de las familias, el alimento de los campos, el riego oportuno, cuya carencia mata una cosecha. Y los habitantes de la extensa vega cortada por el río nutridor, como una espina erizada de púas que eran sus canales, designaban á los jueces por el nombre de las acequias que representaban.

El riachuelo que riega casi todas estas huertas, sangrado por mil acequias, pasa al lado de la que visitamos: se forma allí una presa, y cuando se suelta el agua sobrante del riego, cae en un hondo barranco poblado en ambas márgenes de álamos blancos y negros, mimbrones, adelfas floridas y otros árboles frondosos.

Ya estaba allí la representación de las dos vegas: la de la izquierda del río, la de las cuatro acequias, la que encierra la huerta de Ruzafa con sus caminos de frondoso follaje que van á extinguirse en los límites del lago de la Albufera, y la vega de la derecha del Turia, la poética, la de las fresas de Benimaclet, las chufas de Alboraya y los jardines siempre exuberantes de flores.