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Total, que ella bajaba para Palomares, donde ha comprado una especie de chalet o demonios; bueno, pues, cátate que nuestro Alvarito, en vez de tomar el tren que subía, el de Madrid, toma el que baja, da órdenes a su criado, para que recoja corriendo el equipaje y se meta en el reservado que traía la ministra, un coche salón con cama y demás.

Hay dos cocinas con humero de ancha campana. Hay palomares eminentes. Hay una cuadra con mulas y otra con bueyes. Hay un corral con pavos, gallos, gallinas, patos, y otro con cerdos, negros, blancos, jaros. Hay dos pajares repletos de blanda y cálida paja... Ante la casa se abre una alameda de almendros. Cuatro, seis olmos gayan la plazoleta con su follaje.

Pero decía: «...Le espero con unos amigos de Palomares que quieren visitar la catedral acompañados de una persona inteligente... etc., etc.». Don Saturno se puso colorado como si estuviera en ridículo delante de una asamblea. Y añadió: ¡Bien sabe Dios que siento la profanación a que se me invita!

La Primavera médica fue la que postró en cama, según don Robustiano, a la Regenta, que se acostó una noche de fines de Marzo con los dientes apretados sin querer, y la cabeza llena de fuegos artificiales. Al despertar al día siguiente, saliendo de sueños poblados de larvas, comprendió que tenía fiebre. Quintanar estaba de caza en las marismas de Palomares; no volvería hasta las diez de la noche.

Hay escaleras que empiezan y no acaban; vestíbulos o plazoletas en que se ven blanqueadas techumbres que fueron de habitaciones inferiores. Hay palomares donde antes hubo salones, y salas que un tiempo fueron caja de una gallarda escalera.

¡Qué atrocidad!... ¡Programa! gritó don Víctor : al teatro dos veces a la semana por lo menos; a la tertulia de la Marquesa cada cinco o seis días, al Espolón todas las tardes que haga bueno; a las reuniones de confianza del Casino en cuanto se inauguren este año; a las meriendas de la Marquesa, a las excursiones de la high life vetustense, y a la catedral cuando predique don Fermín y repiquen gordo. ¡Ah! y por el verano a Palomares, a bañarse y a vestir batas anchas que dejen entrar el aire del mar hasta el cuerpo... ea, ya sabes tu vida.

La dulzura parecía una aureola de Anita. La salud había vuelto, purificada con cierta unción de idealidad, al cuerpo de arrogante transtiberina de aquel modelo de madona. Don Víctor Quintanar se había restituido a su amistad íntima con don Álvaro Mesía, en cuanto regresó este de Palomares, y al poco tiempo notó el Magistral que el converso se le rebelaba.

Mas de repente sintieron un rumor que no provenía de ellos. Todos miraron al techo, y como no veían nada, se contemplaban los unos á los otros, riendo. Oíase gran murmullo de alas rozando contra la pared y chocando en el techo. Si estuvieran ciegos, habrían creído que todas las palomas de todos los palomares del universo se habían metido en la sala. Pero no veían nada, absolutamente nada.

¡Dos años hace que no he veraneado! decía Quintanar alegre como un chiquillo. La Regenta prefirió La Costa a Palomares porque el Magistral había suplicado que no se fuera a baños, y que si el médico lo exigía que por lo menos no se fuera a Palomares. No quiso Ana contradecir este deseo del confesor y transigió. «Iremos a La Costa» dijo en la carta en que contestó a don Fermín.

Mesía había huido y vivía en Madrid.... Ya se hablaba de sus amores reanudados con la Ministra de Palomares.... Vetusta había perdido dos de sus personajes más importantes... por culpa de Ana y su torpeza. Y se la castigó rompiendo con ella toda clase de relaciones. No fue a verla nadie. Ni siquiera el Marquesito, a quien se le había pasado por las mientes recoger aquella herencia de Mesía.