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La herencia de Beaconsfield está aún vacante entre los tories: ¿cuál es el whig que va a cubrirse con la armadura del anciano Gladstone, que se inclina ya sobre la tumba? ¿Cuál es el brazo que va a mover esa espada abrumadora? No lo hay en el suelo británico, como no hay en la casa de Brunswick un príncipe capaz de levantar el escudo de un Plantagenet.

Este desfile de suntuosidad abrumadora, corriente de movibles patíbulos con rostros cadavéricos y vestiduras deslumbrantes, prolongábase toda la noche, frívolo, alegre y teatral. En vano lanzaban los cobres sus gemidos de muerte, llorando la más ruidosa de las injusticias, la muerte infamante de un Dios. La Naturaleza no se conmovía, uniéndose a este dolor tradicional.

Siempre con el miedo horrible de que en fatídica hora su maldicion alcanzase al hijo de sus congojas, su único bien en el mundo, aquella noche en que llora por la tardanza de Ataide, una fatídica sombra su delirante cabeza asalta y la vuelve loca: nunca más vivo el recuerdo de la noche tormentosa de su desdicha la aqueja; la faz repugnante y torva, por el deseo irritada, de su asesino, medrosa cual si pasado no hubieran los años, abrumadora, impregnada de amenazas, en frio pavor la ahoga; y ya no reza ni siente crujir la puerta premiosa del huerto, ni unas pisadas sobre la arena sonoras; pero Radjí se levanta penosamente, la cola menea, con sus gruñidos la atencion de Ayela evoca, que de su estera se alza y á la puerta llega ansiosa, palpitante, en el momento en que Ataide al umbral toca, y muriendo de alegría entre sus brazos se arroja.

En medio de aquel silencio absoluto, el arreglo del jardinillo no turbaba ni a un ave, y su vecindad nada tenía de triste; pero el mar parecía así más inmenso, el cielo más alto, y en aquella siesta interminable trascendía en torno de ella el sentimiento del descanso eterno, entre la naturaleza embriagadora, abrumadora, pletórica de vida.

Se levantó, y después de dar dos o tres paseos, volvió a sentarse junto a la mesa donde estaba la luz, porque había sentido una opresión molestísima. Las pulsaciones, que un instante cesaron, volvieron con fuerza abrumadora, acompañadas de un sentimiento de plenitud torácica. «¡Qué mal estoy ahora!... pero esto pasará, y me dormiré. Esta noche voy a dormir muy bien... Ya va pasando la opresión.

Sagrario fue también, a instancias de su tío, que tuvo casi que arrancarla de la máquina. Algún rato de esparcimiento había de gozar; la convenía asomarse al mundo de tarde en tarde; se estaba matando con aquella vida de abrumadora laboriosidad. Todos se sentaron en la galería. El zapatero había llevado a su mujer, siempre con un pequeñuelo agarrado a la flácida ubre.

En la sala principal, que antes fuera salón, los últimos enfermos acaban su convalecencia. Es una amplia sala encristalada, completamente blanca, llena de blancos lechos y flanqueada de mesas. Unas comedidas jóvenes, vestidas de blanco, juegan a los naipes y al dominó con los gloriosos heridos. Es una escena íntima y muy conmovedora, señoreada por una abrumadora impresión de aburrimiento.

Siempre se inclinaban del lado donde acostumbraba á sentarse la generala ó la ministra, con la abrumadora majestad de su centenar de kilos carnales. Los revolucionarios marchaban como lo permitían las exigencias topográficas: unas veces en fila, extendiéndose leguas y leguas; otras en masa horizontal á través de las llanuras, llevando en torno un segundo ejército de mujeres y chiquillos.

Yo creo esto firmemente; pero, ¿cómo vamos a negar a algunos espíritus desventurados esa puerta de escape de una realidad abrumadora, estúpida y hostil? Una puerta que, como en Poe, acaso conduce a un plano espiritual, perfectamente absurdo, donde viven esos seres misteriosos que se ven en las alucinaciones, y que yo teosóficamente sospecho que tienen una completa, aunque invisible realidad.

En una de sus páginas tropezaron mis ojos con estas líneas: «La enfermedad es como citación y último emplazamiento que Dios hace a fin de que entremos en razón con El». Una como ola de religiosidad ganó mi espíritu, abatiendo en él cuanto existe de frivolidad, de aturdimiento, de ilusiones superficiales, y dándole un sentido abismático, una tristeza reflexiva abrumadora.