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Cuanto a , sólo tenía una pequeña maza y un agudo puñal. Dimos un largo rodeo para no cruzar el pueblo, y al cabo de una hora subíamos la cuesta que conducía al castillo de Zenda. Era la noche obscura y tormentosa; el viento soplaba con furia, agitando los árboles, y llovía a cántaros.

No hablaba una palabra del presente: dejaba en pie aquella crítica despiadada del viejo revolucionario, despreciándola como un sueño de ideólogo, y se enfrascaba en su canto al pasado, afirmando por centésima vez que habíamos sido grandes por ser católicos, que en el momento no lo fuimos, todos los males del mundo cayeron sobre nosotros, y hablaba de los excesos de la revolución, de la tormentosa república del 73, cruel pesadilla de las personas sensatas, y del Cantón de Cartagena, el supremo recurso de la oratoria ministerial, una verdadera fiesta de caníbales, un horror jamás conocido en la tierra de los pronunciamientos y guerras civiles.

Hay otros que llamaremos «intrépidos», muy expeditivos en sus procedimientos, que quieren llevar las cosas a paso de carga, hombres impacientes, exaltados, audaces, de sensibilidad tormentosa y hasta huracanada.

Siempre con el miedo horrible de que en fatídica hora su maldicion alcanzase al hijo de sus congojas, su único bien en el mundo, aquella noche en que llora por la tardanza de Ataide, una fatídica sombra su delirante cabeza asalta y la vuelve loca: nunca más vivo el recuerdo de la noche tormentosa de su desdicha la aqueja; la faz repugnante y torva, por el deseo irritada, de su asesino, medrosa cual si pasado no hubieran los años, abrumadora, impregnada de amenazas, en frio pavor la ahoga; y ya no reza ni siente crujir la puerta premiosa del huerto, ni unas pisadas sobre la arena sonoras; pero Radjí se levanta penosamente, la cola menea, con sus gruñidos la atencion de Ayela evoca, que de su estera se alza y á la puerta llega ansiosa, palpitante, en el momento en que Ataide al umbral toca, y muriendo de alegría entre sus brazos se arroja.

Era más de la una de la noche cuando terminó su correspondencia. La noche estaba tormentosa, y al acercarse a una ventana, vio los relámpagos que recorrían el horizonte, y rozaban silenciosamente el mar. Por intervalos, truenos lejanos, semejantes al mugido del león en los desiertos de África, mezclábanse a la fiesta.

Ella, con su Chichí al lado, saludaba á las personas conocidas, cumplimentando luego á los novios. Otro día eran los funerales de un ex presidente de República ó cualquier otro personaje ultramarino que terminaba en París su existencia tormentosa. ¡Pobre presidente! ¡Pobre general!... Doña Luisa recordaba al muerto.

Hecha mi salutación, mi vista contempla la masa enorme que está al frente, aquella tierra coronada de torres, aquella región de donde casi sentís que viene un soplo subyugador y terrible: Manhattan, la isla de hierro, Nueva York, la sanguínea, la ciclópea, la monstruosa, la tormentosa, la irresistible capital del cheque.

Fue una vida dirigida, como la aguja magnética, hacia una sola dirección; y todas las vicisitudes y agitaciones de aquella existencia, realmente tormentosa, vinieron al cabo a culminar en un mismo punto y en el sentido de una sola vía, por la que se encaminaron en definitiva sus pasos.

Y una mañana muy nublada y tormentosa, Salvador llamó a Rita y le dijo: Esta tarde salgo de viaje. Rita, que andaba cavilosa leyendo misteriosos motivos en la pena visible del médico, preguntó alarmada: ¿Adónde, señorito? Voy a París, como otros años.

No, de la infamia el torcedor recuerdo nunca el dolor y la vergüenza borran; nunca de la crueldad la horrenda imágen el sentimiento conturbado ahoga, ni el crímen de brutales apetitos en las alas del tiempo se evapora. ¿Qué fué de aquella triste, profanada entre el horror de noche tormentosa, al resplandor del implacable incendio que las cabañas míseras devora, muertos los padres, los hermanos muertos, al pié de la tajada escueta roca que vecina á la playa de Almuñécar, eternas baten las inquietas olas?