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Eduardo, ¿qué han hecho de ? todas mis ilusiones han quedado destruidas... Mi corazón ha sido cruelmente herido... No necesito ya más, Eduardo, que una fosa en la que pueda dormir eternamente; porque es el sueño de la nada el que yo imploro. ¡Quiera el cielo ahorrarme el cruel beneficio de una inmortalidad que eternizaría mi dolor y mi humillación!...

Antes de llegar se le llenó el alma de ilusiones. ¿Se habría, como es frecuente, retrasado la salida de la compañía, y estaría Mariquilla en su casa? ¡Cuán sabroso desquite tomaría de la tiránica Frasquita! Mas discurriendo de esta suerte, le asaltó una duda horripilante... ¿Tendría razón su mujer?

Dispierto, pienso en lo que hice, en lo que hago, en lo que haré: recuerdo los sueños y los califico de ilusiones, y los juzgo como especies inconexas, extravagantes, y los comparo con el órden y la consecuencia de lo que se me ofrece en la vigilia.

Después de pensar esto sonrió con amargura. ¡Mentiras del deseo! ¡Ilusiones!... Al volver la cabeza reconoció la falsedad de su esperanza. Nadie seguía sus pasos: él era el único que marchaba por el centro de la avenida. En un banco inmediato descansaba un oficial con los ojos vendados.

Admiraba ingenuamente la falta de escrúpulos de estos mozos, que vivían de poner a contribución las ilusiones de las extranjeras de paso, y se compadecía a él mismo recordando sus debilidades con cierta mujer. A estas distracciones que le ofrecía el trato con algunos torerillos uníase la pegajosidad de cierto entusiasta que le perseguía con sus súplicas.

Ciertos dineros no muy lucidos que se salvaron del desastre casi por milagro sirvieron a la viuda de Peralvillo para poner la tienda acuática antes descrita; y entre aquellos cuatro fementidos trastos la infeliz mujer se mecía otra vez en locas ilusiones, pensando en volver a ser favorecida de la fortuna, para sacar del comercio pequeñito un tráfico grande y rico.

Y ella, ignorante de los pensamientos de su compañero, engañada por la inmovilidad de su rostro, seguía hablando con la mirada perdida en el horizonte, hablando con voz queda, lo mismo que si se contase á misma sus ilusiones.

Desde luego no es un mundo de cal y canto como el que han ido construyendo los hombres para nido de sus vanidades dispendiosas y malsanas; es un compuesto de primores de la naturaleza en su más dulce reposo: auras de Mayo, rosas, follaje, pájaros..., ¡qué yo!, y, sobre todo ello, y para alumbrarlo, vivificarlo y embellecerlo, la Luz de mis ilusiones, del hada de aquellos encantados jardines.

No, misterio no gritó Teodoro con cierto espanto es el horrendo desplome de las ilusiones, es el brusco golpe de la realidad, de esa niveladora implacable que se ha interpuesto al fin entre esos dos nobles seres. ¡Yo he traído esa realidad, yo! ¡Oh!, ¡qué misterio! repitió Florentina, que no comprendía bien por el estado de su ánimo.

Tan vigorosa adquisividad unida á una probidad de autómata y á una laboriosidad más propia de máquinas que de seres humanos daría por sola la clave de la estupenda suerte de Becerro, si no supiésemos que toda planta muere si no encuentra atmósfera propicia. Las circunstancias ayudaron á Becerro, y él ayudó á las circunstancias. No tuvo sueños ni ilusiones; en cambio tenía una esperanza.