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Y como doña Frasquita abriese más boca que un horno, Cristeta prosiguió: Déjenme ustedes concluir. No quiero serles gravosa y me voy. ¡Muchacha! ¿Estás en tu juicio? Nada, nada; quiero vivir sola. Además, tal vez vuelva al teatro, y como ustedes comprenderán, no puedo ser artista y vivir en la calle de la Pingarrona, donde ustedes van a parar.

concibió desmedido aborrecimiento, no a un individuo solo, sino a todo el género masculino. Ora sea por esto, ora sea por la rara disposición que ella tenía, lo cierto es que Frasquita hacía prodigios en el vasto corral que teníamos en casa poblado de pollos. Aunque poco cuidada, Frasquita tenía la más bien formada mano que puede imaginarse.

La despedida de los tíos no fue dramática. Doña Frasquita parecía decir: «Hágase tu voluntadPara ella Cristeta simbolizaba el teatro, es decir, la perdición y los vicios de su marido. Don Quintín sonreía mirando socarronamente a su sobrina; desde que la sabía conocedora de sus liviandades, recelaba que hablase. Cristeta estuvo muy cariñosa, y en el momento de salir del estanco, lloró.

Elige pronto: la bruja o yo...; pero luego no me vengas a casa babeando. ¡Cállese usted, so chupacharcos! gritó Frasquita, lívida de puro encorajada. ¿Escuchas?

A llevar y recoger a Cristeta iba el tío estanquero, no sin repugnancia y protestas de su cónyuge, la respetable y añosa doña Frasquita.

Además, de los labios de doña Frasquita continuamente brotaban dichos y apóstrofes tan destemplados como éstos: «¡Carcamal! ¡No haber tenido familia a los veinte, y querer correrla con un pie en la sepultura! ¡Cochino! ¡Buen chasco se llevaría la que fuese, porque... al burro que no puede con la albarda, échele usted doble carga

Mozuela que allá en el pobre lugarejo le esperabas en el pajar; sabrosa luna de miel pasada con Frasquita; cocinerilla vencida en la trastienda, en una sofocante siesta de verano; dichosas y felices aventuras, ¡cómo y con qué fuerza surgisteis en la imaginación del estanquero, poblándola de halagadoras reminiscencias que le inspiraron deseos de nuevos triunfos!

Si no trasladó al sotabanco de Carola cuanto había en la trastienda, fue por considerarlo indigno de tan gran señora; pero la única prenda lujosa que tenía Frasquita, un soberbio pañolón de Manila poblado de chinos y guacamayos multicolores, pasó del cofre marital al baúl del adulterio. Afortunadamente, la ultrajada esposa tardó mucho en saberlo.

Un criado gallego había hecho con ella el papel de Jason, dejándola el pérfido en abandono y trasponiendo no si a Montevideo o a Buenos Aires. No imitó Frasquita a Medea: no mató a sus hijos, sino los crió con esmero y cariño. Yo sospecho, sin embargo, que ella, también como la hija de Minos, Indomitos in corde gerens Ariadna furores,

Ratos había en que se quedaba embobado, despachando automáticamente lo que le pedían, hasta que la severa y desapacible voz de Frasquita venía a turbar sus arrobos con frases crueles. ¿En qué piensas, burro? solía decirle ; ¿te estás acordando de aquella sinvergüenza? ¡Cochino! Otras veces era más expresiva y humillante.