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Después trató de rehacerse de nuevo: «Resueltamente, mañana le digo a mi marido que la casa no me gusta y que es preciso que nos mudemos. Y a esta sinvergüenza la planto en la calle». ¡Qué cosas pasan! De improviso, obedeciendo a un movimiento irresistible, casi puramente mecánico y fatal, Fortunata se levantó y saliendo de la sala, se acercó a la puerta.

Si ahora sufría aquel insulto, ¡Dios sabe adónde llegarían los vuelos de la niñaEl majo los escuchaba, pintada la angustia en su semblante. Al fin exclamó con desesperación, mesándose los cabellos: ¡Tenéis razón! Soy un calzonazos, un sinvergüenza. Pero no puedo... ¡no puedo! ¡Esa mujer me ha cogido la acción! La maga.

Cobró en las tres puertas siguientes sin ninguna dificultad. «D. Francisco, que me ponga usted piedra nueva en la ornilla, que aquí no se puede guisar....» En otras circunstancias, esta reclamación habría sido el principio de una chillería tremenda, verbigracia: «Pon el traspontín en la hornilla, sinvergüenza, y arma el fuego encima.» «Miren el tío manguitillas, así se le vuelvan veneno los cuartosPero aquel día todo era paz y concordia, y Torquemada concedía cuanto le demandaban.

El primero que caía era mi señor hermano, por ladronazo y sin entrañas; ¡qué bala más bien puesta y más merecida! luego mi sobrino Jacintito, por botarate y sinvergüenza, y ese portugués, que se me figura un lagartón de marca mayor. ¡Y tantos otros! a éste quiero, a éste no quiero ¡zás! ¡zás! ¡zás! ¡Qué limpia más necesaria y más útil!

Cuando se enfurruñaba creeríase que hacía las cosas mal adrede. Le mandaban esto y se salía con lo otro. No se pueden contar las faltas que cometió en una hora. Bien decía doña Lupe que tenía los demonios metidos en el cuerpo y que era mala, pero mala de veras, una sinvergüenza, una mal criada y una calamidad... en toda la extensión de la palabra. Y mientras más repelones le daban, peor que peor.

Ahora que eres mío, comprendo con conocimiento de causa que no te limitarías a mirarla como si fuera estampa; pero lo que es de que servías de tapadera y de que don Juan fue quien te preparó la conquista de la sinvergüenza... de eso no te quepa la menor duda. Harto sabía él a qué atenerse. : tapadera, y además lila.

Presente, mi capitán le dijo blandamente al oído. La joven se estremeció, volvió rápidamente la cabeza y, echándole una mirada torva, siguió contemplando en silencio el firmamento. Antoñico se apoyó á su lado en el marco de la ventana, y después de una larga pausa dijo en voz baja: Soy yo, el arrastrao, el sinvergüenza de Antoñico, que está dando las boqueadas como un pez fuera del agua.

¡A matar el perro! , señor; el señor Duque me dió esa orden, porque soltó una liebre después de cobrarla. Gonzalo se puso lívido. ¡Y qué tiene que mandar ese sinvergüenza!... rugió sin poder proferir más palabras, arrebatando al mismo tiempo la cadena de manos de Ramón, con tal fuerza, que le hizo tambalearse.

¿Qué dices, Casilda, qué dices? no te entiendo; hablas de un modo... Verás: Quilito, entre otras deudas, debe treinta mil nacionales: ¡figúrate! treinta mil nacionales, a un prestamista, que ya estuvo hoy a cobrarlos el muy sinvergüenza, porque hoy vencía el plazo... ahí tienes, ¿cómo deja el Gobierno andar sueltos a estos pícaros, que así engañan y estafan a niños sin responsabilidad?

Arreglarlo, señor dotor: que ese sinvergüenza sufra castigo. ¿Va á ser él de mejor pasta que otros? Al juzgado iré con él. Pero pides demasiado, hijo mío. Ya recuerdo lo que exijes. Veinte duros: ¡pero si el pobre enfermero es un muchacho que apenas gana eso en el hospital!... ¡Si es más pobre que !... Bueno dijo el gigantón con aspecto indeciso, rascándose la cabeza por debajo de la boina.