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Amparito era la única que estaba seria. ¡Pero cuán desgraciada era! ¡Para ella toda fiesta había de traer el consiguiente disgusto! ¡Allí estaba él...! ¡él! el «posma», aquel Andresito, que de novio era un estúpido, y de amante despreciado y terco una insufrible calamidad.

Al entrar en la calle central vieron los expedicionarios aglomerados á casi todos los habitantes de la Presa. Los jinetes delanteros iban dando noticias al paso, y éstas se transmitían, de grupo á grupo, rápidamente. Todos celebraron la muerte de Manos Duras, como si con ella se viese libre el pueblo de una gran calamidad.

Se formó solo en el estudio y el trabajo, sin directores mentales, sin guías, sin tutores de su inteligencia la peor calamidad siguiendo sus vocaciones unas veces, impulsado por las necesidades otras, hasta encontrar la definitiva orientación de su espíritu, a más de la mitad de su existencia, siguiendo luego por ese camino de progreso hasta su muerte.

Y cuando hayamos ensamblado y considerado todos estos motivos de ruina que han convergido sobre este pueblo, como sobre infinidad de tantos otros, todavía habremos de juntar a ellos, como calamidad suprema, otra poderosísima que inaugura la Casa de Austria, con Felipe II, y persevera con intensidad ascensional hasta estos tiempos. Hablo de la burocracia y del expediente.

¿Sabe que no le conozco, mi amigo?... Pero aguárdese un instante el que sea, que estoy concluyendo de afeitarme. Le molestó extraordinariamente aquella dilación. Se puso á dar vueltas agitadamente por el pasillo. Cada minuto que pasaba le parecía que traía consigo una calamidad.

El único resultado que obtuve fue infundir en su ánimo un miserable terror de que su Lady sorprendiese mi correspondencia a medias y pusiese el grito en el cielo. Para salvarse de tamaña calamidad, Juan Maury me envió como mensajero a un hombre de negocios de toda su confianza, quien, más que a convenir en nada, vino a imponerme silencio.

Después sobreviene una nueva calamidad, la expulsión de los judíos hispánicos, tan compenetrados con el espíritu de este país, tan amantes de él, que aún hoy, después de cuatro siglos, esparcidos por las riberas del Danubio o del Bosforo, son españoles y lloran en viejo castellano la patria perdida: Perdimos la bella Sión; perdimos también España, nido de consolación.

Por de pronto, los hombres de cierta pasta..., como la de ese, son una calamidad para maridos de las mujeres a quienes han amado solteras: la razón es que los hábitos adquiridos en el mundo en que han vivido los hace incompatibles con lo que se llama, muy fundadamente, «prosa de la vida conyugal». Comienzan por desencantarse y por aburrirse, y acaban por desviarse... Es ley infalible: la cabra tira al monte... Y lo que digo del hombre de esas condiciones, es aplicable a la mujer... de las tuyas. ¿Amas a Pepe Guzmán?

Pedro de Tapia, dieron una espléndida comida á todos los que habian sido atacados de la peste y sobrevivido á esta gran calamidad; llevaron en procesion las santas imágenes de J. C. crucificado y de S. Sebastian que se veneran en el altar del Punto, y á la vuelta las colocaron en la capilla del Sagrario, donde celebraron fiestas y rogativas por nueve dias.

Cuando se enfurruñaba creeríase que hacía las cosas mal adrede. Le mandaban esto y se salía con lo otro. No se pueden contar las faltas que cometió en una hora. Bien decía doña Lupe que tenía los demonios metidos en el cuerpo y que era mala, pero mala de veras, una sinvergüenza, una mal criada y una calamidad... en toda la extensión de la palabra. Y mientras más repelones le daban, peor que peor.