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Por de pronto, los hombres de cierta pasta..., como la de ese, son una calamidad para maridos de las mujeres a quienes han amado solteras: la razón es que los hábitos adquiridos en el mundo en que han vivido los hace incompatibles con lo que se llama, muy fundadamente, «prosa de la vida conyugal». Comienzan por desencantarse y por aburrirse, y acaban por desviarse... Es ley infalible: la cabra tira al monte... Y lo que digo del hombre de esas condiciones, es aplicable a la mujer... de las tuyas. ¿Amas a Pepe Guzmán?

La situación es tremenda, y empezando por versos de amor materialista puro, como los catorce sonetos, se viene á caer en ella, más tarde ó más temprano, á no desviarse pronto del mal camino. Las visiones de Baudelaire y de Rollinat espeluznan y descomponen el estómago; dan horror y asco: es menester ser valientes y robustos para resistirlas sin vomitar ó sin caer desmayado.

Andrés, como discreto, determinó de poner tierra en medio, y desviarse de aquella ocasión que el diablo le ofrecía, y así, pidió a todos los gitanos que aquella noche se partiesen de aquel lugar. Ellos, que siempre le obedecían, lo pusieron luego por obra, y cobrando sus fianzas aquella tarde, se fueron.

Corrieron los dos jinetes tras el animal, acosándolo cada uno por su lado, cortándole el paso cuando intentaba desviarse hacia el río, hasta que el marqués, espoleando su jaca, ganó distancia, se aproximó al toro con la garrocha por delante, y clavándola en su cola, logró, con el empuje combinado de su brazo y su caballo, que perdiese el equilibrio, rodando por el suelo con la panza al aire, los cuernos clavados en la tierra y las cuatro patas en alto.

-Mentís como bellaco villano -respondió don Quijote. Y, alzando el lanzón, que nunca le dejaba de las manos, le iba a descargar tal golpe sobre la cabeza, que, a no desviarse el cuadrillero, se le dejara allí tendido. El lanzón se hizo pedazos en el suelo, y los demás cuadrilleros, que vieron tratar mal a su compañero, alzaron la voz pidiendo favor a la Santa Hermandad.

De este modo examinó á su paciente con el mayor esmero y cuidado, no solo como le veía en su vida diaria, sin desviarse del sendero de las ideas y sentimientos que le eran habituales, sino también como se le presentaba cuando, en otro medio diferente tanto moral como intelectual, la novedad de ese medio hacía dar expresión á algo que era igualmente nuevo en su naturaleza.

Hace apenas un siglo que empezó a desviarse hacia los sanatorios y las clínicas, la corriente de enfermos y lisiados que antes inundaban los santuarios de las diferentes Mecas cristianas en busca de la salud por el milagro, y hoy ya es río lo que hace 50 años era arroyo y viceversa.

Volvió a examinarlos con un poco de recelo y cambió de conversación. Al cabo de un rato, deteniéndose, les propuso desviarse de la vereda y tomar un atajo a campo traviesa. Nuestros antropólogos aceptaron sin vacilar, porque estaban ya bastante rendidos.

Dimmesdale era un verdadero sacerdote, en la significación vasta de esta palabra: un hombre verdaderamente religioso, con el sentimiento de la reverencia muy desarrollado, y con un género de inteligencia que le obligaba á no desviarse de los senderos estrechos de la fe, que cada día se volvía en él más profunda.

La maravilla física del agua tendida uniformemente sobre una bola á la que se adhiere sin desviarse, ese milagro, acababa de ser demostrado. Por fin era conocido el mar Pacífico, el grande y misterioso laboratorio donde, lejos de nuestras miradas, la Naturaleza trabaja profundamente la vida, elaborándonos nuevos mundos, nuevos continentes. La ley de las tempestades.