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Actualizado: 20 de octubre de 2025
En el siglo pasado, fué la isla de Rota testigo de una grandísima calamidad, que sumió á todos los habitantes en una profunda consternación. En los libros canónicos de la isla de Rota y garantida por la firma de un virtuoso recoleto, se registra un acta en que se consigna que sobre la isla se desarrolló un horroroso fenómeno marítimo.
Ido abrió la boca para emitir pronta y juiciosa respuesta a esta pregunta; pero su mujer tomó rápidamente la palabra, quedándose él un buen rato con la boca abierta. Las suscripciones declaró la Venus de Médicis , son una calamidad. Aquí José tiene poca suerte... es muy honrado y le engaña cualisquiera. El público es cosa mala, señoras, y suscritor hay que no paga ni aunque le arrastren.
Finalmente, el colmilludo jabalí quedó atravesado de las cuchillas de muchos venablos que se le pusieron delante; y, volviendo la cabeza don Quijote a los gritos de Sancho, que ya por ellos le había conocido, viole pendiente de la encina y la cabeza abajo, y al rucio junto a él, que no le desamparó en su calamidad; y dice Cide Hamete que pocas veces vio a Sancho Panza sin ver al rucio, ni al rucio sin ver a Sancho: tal era la amistad y buena fe que entre los dos se guardaban.
El carlismo se extendía y marchaba de triunfo en triunfo. En Cataluña y en el país vasco-navarro iba haciendo progresos. La República española era una calamidad. Los periódicos hablaban de asesinatos en Málaga, de incendios en Alcoy, de soldados que desobedecían a los jefes y se negaban a batirse. Era una vergüenza.
Duró esta calamidad ocho días cabales, quedando enteramente arruinados y aniquilados por las piedras y lodo del volcán, todos los pueblos que estaban á orillas de la laguna, á saber: Taal, que era entonces la cabecera de provincia, Tanauan, Sala y Lipá, viéndose obligados sus habitantes á buscar otros sitios más distantes del volcán donde establecerse, como de hecho se establecieron en los sitios que actualmente ocupan.
Por fortuna, el Mediterráneo estaba libre de tal calamidad. Los ingleses tenían bien guardada la puerta de Gibraltar, y todo él era un lago tranquilo dominado por los aliados. Antes de acostarse, Ferragut entró en una cámara de la cubierta alta, donde estaba instalada la telegrafía sin hilos. Le atrajo el chirriar de aceite frito que lanzaban los aparatos.
Al punto cesó el delirio y volvió en sí el enfermo, de suerte que el Padre tuvo tiempo para instruirle en los divinos misterios y lavarle con las santas aguas del bautismo; y sugiriéndole afectos de contrición y esperanza en Dios, espiró en breve. El día siguiente ordenó una devota procesión para obtener para aquella pobre gente el remedio de su calamidad.
Al principio, la guerra cortaba el sueño, hacía intragable la comida, amargaba el placer, dándole una palidez fúnebre. Todos hablaban de lo mismo. Ahora, se abrían lentamente los teatros, circulaba el dinero, reían las gentes, hablaban de la gran calamidad, pero sólo á determinadas horas, como algo que iba á ser largo, muy largo, y exigía con su fatalismo inevitable una gran resignación.
¡El Hombre-Montaña se ha escapado!... ¡El gigante se marcha de la capital!... Y todos, al oir esto, pensaban lo mismo. El coloso era hombre, y por solidaridad de sexo iba indudablemente á unirse con los revolucionarios. Los pesimistas levantaban las manos hacia el cielo, exclamando: ¡Sólo nos faltaba esta nueva calamidad!...
El sarampión, el garrotillo... ¡Pues nada te quiero decir de las amas!... ¡qué calamidad!... Luego estás hecha una esclava... Que si comen, que si se indigestan, que si se caen y se abren la cabeza. Vienen después las inclinaciones que sacan. Si salen de mala índole... si no estudian... ¡qué sé yo!...». Jacinta no se convencía.
Palabra del Dia
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