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Actualizado: 20 de octubre de 2025
Su rostro moreno tomó una palidez de ceniza. «¡Cristo!... ¡la de Nápoles!» El no sabía quién era la de Nápoles, no la había visto nunca, pero tenía la certeza de que llegaba como un estorbo fatal, como una calamidad inesperada. ¡Tan bien que marchaban las cosas!... El capitán hizo girar su sillón, despegándose de la mesa, y en dos saltos salió á la cubierta.
En el Brasil existen todavía los frailes, lo cual es una verdadera calamidad, pues tienen en su poder una inmensa riqueza, que desamortizada haria prosperar el pais. El gobierno deberia decretar su venta inmediata; con ello ganaria mucho el Brasil, así como con la supresion de los monjes, cuya institucion ha pasado. De Rio Janeiro á Buenos-Aires y Montevideo se emplean cinco dias en vapor.
Al verse solo en este compartimiento, que llevaba hacia Nápoles las huellas y el perfume de la ausente, Ulises se sintió desalentado, como si viniera de un entierro, como si acabase de perder un sostén de su vida. Se presentó á bordo del Mare nostrum lo mismo que una calamidad.
Cunegunda y la vieja estan sirviendo al príncipe que llevo dicho, y yo soy esclavo del sultan destronado. ¡Quanta espantosa calamidad encadenada una con otra! dixo Candido. Al cabo aun me quedan algunos diamantes, y con facilidad rescataré á Cunegunda. ¡Que lástima es que esté tan fea!
Los reyes estaban lejos, y la gente pensaba en ellos como en una calamidad casi del pasado, que aún no se había extinguido, pero que debía desaparecer fatalmente, más pronto ó más tarde, sin grandes esfuerzos.
Cada uno de nuestros oradores es un Temístocles; con tal que le dejen hablar, él le dirá también a la guerra civil, al pretendiente, a toda calamidad: Pega, pero escucha. ¿Qué más cosas querían ver esas gentes, qué más, sobre todo, querían oír en poco menos de un año? No hay previsión me decía uno días pasados. ¡No hay previsión! exclamé. Esto ya es mala fe. Y todo ¿por qué?
Bien sabía él quién había metido a Carolina en este fregado del misticismo, y no era obra que su prima Serafinita de Lantigua, que gozaba opinión de santa. Hablando en plata, la tal prima era una calamidad. En la iglesia veíanse diariamente a las seis de la mañana Carolina y Serafinita, y allí se despachaban a su gusto.
Pero no estaría seguramente, porque eran las once de la noche, y el señoritingo no entraba ya nunca antes de las doce o la una... ¡Quién lo había de decir; pero quién lo había de decir...!, aquel cuitado, aquella calamidad de chico, aquella inutilidad, tan fulastre y para poco que no tenía aliento para apagar una vela, y que a los dieciocho años, sí, bien lo podía asegurar doña Lupe, no sabía lo que son mujeres y creía que los niños que nacen vienen de París; aquel hombre fallido enamorarse así, ¡y de quién!, ¡de una mujer perdida...!, pero perdida... en toda la extensión de la palabra.
Palabra del Dia
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