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¿Qué hemos de ser, don Luis? ¿No lo sabe usted?... Nacionalistas; bizkaitarras; partidarios de que el Señorío de Vizcaya vuelva á ser lo que fué, con sus fueros benditos y mucha religión, pero mucha. ¿Quiénes han traído á este país la mala peste de la libertad y todas sus impiedades?

Dándolo por hecho, como lo daba casi siempre, la marquesa puso su consideración en el cuadro venturoso de la vida de aquella pareja incomparable, lejos, muy lejos, todo lo más lejos que ella pudiera, de la peste del «gran mundo». Luz le detestaba, y Ángel no le conocía.

Fuimos en casa del cacique: habia entonces entre los indios una cruel peste, ocasionada de la hambre, porque los dos años antes la langosta habia destruido tanto el grano y todos los frutos, que casi no les dejó qué comer; y esto nos atemorizó tanto, que como tampoco llevásemos mucha comida, no pudimos detenernos en la provincia.

»Sonreíme, y en esto apareció Ángel, que acababa de entrar. »Antes que se nos acercara para saludarnos, me dijo el doctor al oído: » De este medicamento de le usted a la enferma buenas dosis y a menudo. »¡Pobre hombre! ¡Qué lejos estaba de conocer la naturaleza de la peste que había invadido mi casa!

En el siglo XIV, en el que 25:000.000 de habitantes casi la mitad de la población de Europa sucumbieron de la peste negra, los peligros que asediaban permanentemente al habitante, provenían de los poderes sobrenaturales a los que les eran atribuidas las sequías, las inundaciones, las epidemias, los terremotos, las pestes, las cosechas y los triunfos de la guerra.

Antes de nada huya de esta escuela como de la peste. Y de aquí a diez años tal vez sea usted una gran pintora. LORENZA. Seguiré sus indicaciones, caballero. Sin embargo, yo no puedo trabajar sola. ¿Podría usted darme lecciones...? Se las pagaría bien.

El humor español se hizo reservado y sombrío. Una verdadera peste de melancolía se propagó por todo el país como un vaho de purgatorio, inficionando las almas. Los hidalgos vestían de luto; la madera al uso era el ébano. Jamás fue tan lúgubre el aparato de la muerte. El espíritu se empeñó en extraer sus ideas primordiales del sepulcro mismo y de sus terribles podredumbres.

¡Niño, parese que estás ajumao!... Y que lo estarás: ¡echas una peste a bebía! ¡Puf, quita allá, gorrino! No me dejó acercar la cara a la reja. Antes de irme le hice presente cómo al otro día me era imposible pelar la pava, a causa de la velada poética que daba en el Casino Español.

Asomóse a la portezuela como si desease que el gobernador la viera, y sin contestar al respetuoso saludo que al divisarla este le hizo, metióse bruscamente para dentro y se cubrió con el pañuelo parte del rostro, como si quisiera entonces esconderse. ¡Qué mal huele la democracia! decía para ocultar a Butrón aquellas maniobras . ¡Pero qué peste echan!...

Se trataba de la peste que hacía estragos en el ganado: don Rosendo buscaba en su diccionario las palabras ganado, caballo, toro, carnero, forrajes, industria pecuaria, etcétera, y así que leía lo que decía sobre ellas, tomaba la pluma, y su genio periodístico se encargaba de trazar uno o varios artículos, rebosando de filosofía y erudición.