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No pudo acabar. Un soldado, que había llegado a la cima, le puso el cañón del fusil en la frente, y le deshizo la cabeza, diciendo: ¡Muere, cochino! Lo mató sin hacer caso de las voces de sus compañeros, que gritaban: ¡Déjamelo a ; déjamelo a !

Y ella lo sabía la muy mimada, y sin embargo se hacía la inocente, y las declaraciones más ardientes, los piropos más expresivos y más achicharradores, apenas le arrancaban como contestación un: ¡Puerco!... ¡Cochino!... ¡Qué más se quisiera!... ¿Quiere ver que llamo a me tatas?

Hágame usted la novela de un repatriado, que se muere de inanición en este cochino país, dominado por los jesuítas. Tome usted a cuenta estos cuatro duros. Pero eso va a resultar un sapo... Yo no siento ese asunto... Pues, si no le conviene, se marcha enhoramala de la tienda, que tengo mucho tajo. ¡Con esta baraúnda no se puede laborar!...

Este deseo de vida popular transformó repentinamente sus ademanes y su lenguaje. ¡Dinero cochino!... ¡dinero indecente! El tiene la culpa de todo lo que nos pasa. Por él te vas y me quedo yo muerta de pena. ¡Pero Señor! ¿no podría ser ese dinero canalla como el sol, como el aire, que es de todos y para todos?

Cuando pelea con el tigre, que casi siempre lo vence, lo echa arriba y abajo con los colmillos, y hace por atravesarlo; pero la trompa la lleva en el aire. Del olor del tigre no más, brama con espanto el elefante: las ratas le dan miedo: le tiene asco y horror al cochino. ¡A cuanto cochino ve, trompazo!

Todo esto costó cerca de cien mil francos, hoy reembolsados ya. ¡Ay, mi pobre Beauvallon...! Nosotros, comiquillos, que nos pintamos por la noche para complacer al cochino público, no somos mas que unos niños comparados con las damas del gran mundo, que se rehacen una belleza y una juventud en beneficio de sus galanes.

Además, de los labios de doña Frasquita continuamente brotaban dichos y apóstrofes tan destemplados como éstos: «¡Carcamal! ¡No haber tenido familia a los veinte, y querer correrla con un pie en la sepultura! ¡Cochino! ¡Buen chasco se llevaría la que fuese, porque... al burro que no puede con la albarda, échele usted doble carga

800 "Una noche que les hizo como estaba acostumbrao, se alzó el mulato enojao y le gritó: ¡viejo indino, yo te he de enseñar, cochino, a echar saliva al asao!" 801 "Lo saltó por sobre el juego con el cuchillo en la mano; ¡la pucha el pardo liviano! En la mesma atropellada le largó una puñalada que la quitó otro paisano..."

Se besaban entre bocado y bocado, marcándose en las mejillas redondeles de vino y de grasa: ¡Cochino, cómo me pones! decía Feli con gracioso mohín, limpiándose la cara . ¡Ay! ¡Déjame comer! ¡déjame tranquila! Mira que estoy cansada, que deseo paz... que aún nos queda mucho por arreglar. La presencia del señor Vicente hizo que el almuerzo acabase con cierta tranquilidad.

Parado frente a la jaula del leopardo, que duerme tranquilo en un rincón, el quinto suele decirle en tono de zumba: «¡Anda , dormidor! ¿No te cansas de dormir, tuno? ¿Estás a gusto, eh gran ladrónPasa inmediatamente a la del león y vierte sobre él otra granizada de chistes. «¡Miale, miale, qué boca abre el cochino! ¿Nos almorzarías de buena gana, verdad?