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No, señor... el baúl, donde viene la ropa blanca.... No pude mudarme. Artegui se levantó. ¿Por qué no lo dijo usted antes?, ¡justamente estamos en el pueblo donde se equipan las novias españolas! Vuelvo pronto. Pero.... ¿adónde va usted? A traerla a usted un par de mudas.... Debe usted de estar en un potro con esa ropa. ¡Señor de Artegui, por Dios!, yo abuso de usted; aguarde....

Entre las demás comedias de este poeta, en las cuales descuella menos esa prenda especial y distintiva, escritas con arreglo al carácter general de las demás obras dramáticas españolas, merecen mención especial El invisible príncipe del Baúl, de mucho ingenio y de mucha gracia verdadera, quizás comparable á Amar por señas, de Tirso de Molina; El vencedor de mismo, del ciclo de tradiciones de Carlomagno; Los desagravios de Cristo, que trata de la destrucción de Jerusalén por Tito; El conde de Saldaña, en dos partes, quizás la mejor obra dramática que trate de la historia de Bernardo del Carpio, y la que se ha sostenido más largo tiempo en el teatro, y, por último, El rayo de Andalucía, cuyo héroe es el famoso bastardo Mudarra.

Tristán la contempló fijamente con curiosidad burlona. Le dio por completo la razón. Nada, nada, los jóvenes de distinto sexo no estaban bien solos bajo un mismo techo. Le pagó y la pudorosa doméstica se despidió hecha una jalea diciendo que al día siguiente vendría a buscar el baúl. Entonces Tristán quedó solo en la casa. Una tristeza inmensa, infinita, pesaba sobre su alma.

Lo primero con que tropezaron sus ojos fué con el baúl de Soledad cerrado en medio de la sala. Dejó la lámpara sobre la mesa, comenzó á pasear por la estancia chupando el cigarro y envolviéndose en nubes de humo. Concluyó el cigarro y encendió otro, y después otro. Fumaba maquinalmente y daba vueltas, hasta que concluyó por marearse.

La señora Percival hizo llamar a Crump, el cochero, que había llevado en el bróugham a su joven ama hasta la estación de Euston, y lo interrogó. La señorita Mabel ordenó el cupé, señora, unos momentos antes de las once contestó el hombre, saludando. Llevó su valija de cocodrilo, pero, anoche despachó por Carter Patterson un gran baúl lleno de ropa usada, así le dijo la señorita a su doncella.

¡Porque los compré!... ¿Y para qué los compraste? Por no ser menos que . Bueno, contesta: ¿dónde están?... Ricardo los guardó, pero yo no dónde. ¡Qué fastidio!... ¡José! dijo Lorenzo alzando la voz. ¿Señor? Hágame el servicio de ver en nuestro dormitorio... o por ahí... si están unos diarios... y tráigamelos. Don Ricardo los guardó en el baúl, señor... pero se llevó la llave.

Miró después la cómoda, el baúl y las botas que sobre él estaban, sus propios pies cortados, pero dispuestos a andar. Un movimiento de alegría y la animación de la cara indicaron que Maximiliano había atrapado la idea. Bien lo decía él: con aquellas cosas se había vuelto de repente hombre de talento. Levantose, y cogiendo una bota salió y fue a la cocina, donde estaba Papitos cantando.

Has que quieras; estás en tu casa; eres como el jefe de la familia. Aquí estamos para servirte y obedecerte. Pero qué, ¿vas a salir con ese traje? agregó viendo el mío empolvado y sin aliño. No, vístete otro mejor. ¡Andrés trajo ya el baúl!... Vístete; sal a pasear, a que te vean....

Como no había más que dos sillas, Rafaela tuvo que sentarse en el baúl y el grande hombre no comprendido quedose en pie; mas luego tomó una cesta vacía que allí estaba, la puso boca abajo y acomodó su respetable persona en ella. ix

Aquel recuerdo le conmovió tan profundamente, que los más pequeños objetos, las herramientas de su oficio las barrenas largas y relucientes, el hacha de mango corto, los mazos de madera, la estufilla, el armario desvencijado, las vasijas de barro vidriado, la vieja imagen de San Miguel colgada de la pared, el antiguo lecho de dosel que se hallaba al fondo de la alcoba, el taburete, el baúl, la lámpara de mechero de cobre , todo se le reproducía en la memoria como una pintura animada, y las lágrimas asomaron a sus ojos.