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La voz de la institutriz, irritada en aquel momento, no dejaba de tener inflexiones dulces, aunque extrañas. Su acento era marcadamente extranjero. Me apieta, mamá, me apieta, repitió á grito pelado la niña, con creciente angustia. Cállese usted, mimosa, exclama el aya, cogiéndola por el brazo y sacudiéndola fuertemente.

Ese Jacobo va á matar á usted si no toma el partido de dejarle. La engaña lo bastante para que le haga usted lo mismo. ¡Cállese usted, miserable! Bien sabe que si le engaño alguna vez, no será con usted. ¡Á que ! Y más pronto de lo que usted cree. ¡Es matemático! Usted será mía y Jacobo mismo habrá de procurarlo.

Francisca no es seria exclamó Celestina, que iba a arreglar el fuego de la chimenea, y aprovechó la oportunidad para mezclarse en la conversación. ¿ qué sabes? dije descontenta. lo que respondió Celestina con la dignidad de los grandes días. Una señorita que no habla más que de casarse, no es una señorita seria... Cállese usted, Celestina replicó la abuela.

Siéntese usted un momento, que le voy a hacer otra pregunta. ¡Ave María Purísima!... ¿con qué caballero? Con aquel que se murió de repente... Cállese, cállese o le pego... No, si yo no lo creo ya. Lo creía; pero como fue la indecente de Aurora quien me lo dijo, ya dejé de creerlo... sólo que tenía un poquito de duda. Aquí donde usted me ve, yo, al lado de ella, soy un ángel.

Y hace mal en afirmarlo de tal manera, pues, como dice el proverbio: «La gallina que canta es la que huevos ponePor aquellos tiempos no había más que una gallina en Sol de Oro... Había también un gallo joven que cantaba con voz clarísima y ese gallo, señor Delaberge, usted le conoce mucho mejor que yo... ¡Cállese!... La desgracia la ha vuelto a usted mala, ¡pobre mujer!...

¡No, no quiero callarme! ¡No puedo!... ¡Le amo, soy suya! ¡Cállese! la ordené una vez más. ¡No, no quiero callarme! ¡Le amo, y a ti te odio y te desprecio! ¡ me has hecho tanto mal, que tengo derecho de desquitarme por fin! ¡Nadie puede condenarme!... ¡Cállate!... la intimé por tercera vez. ¡No, no puedo callarme! Aunque me condenen, ¿qué me importa?

Al poco rato del feliz estreno, se apareció un individuo de la ronda secreta que, empujándola con mal modo, le dijo: «Ea, buena mujer, eche usted a andar para adelante... Y vivo, vivo... ¿Qué dice?... Que se calle y ande... ¿Pero a dónde me lleva? Cállese usted, que le tiene más cuenta... ¡Hala! a San Bernardino. ¿Pero qué mal hago yo... señor?

Después dio comienzo a unas seguidillas. ¡Cállese usted, hombre, que no puedo oír eso sin que se me alegren los pies! exclamó la hermana haciendo un gesto expresivo. ¿Baila usted? preguntó Suárez. En otro tiempo... ¿Te acuerdas, primita, cuánto hemos bailado en tu casa? ¡Qué jaquecas hemos dado a la pobre tiita! ¿Quién se acuerda de eso? dijo la hermana María de la Luz ruborizándose.

Elige pronto: la bruja o yo...; pero luego no me vengas a casa babeando. ¡Cállese usted, so chupacharcos! gritó Frasquita, lívida de puro encorajada. ¿Escuchas?

¡Cállese usted! gritó, dirigiéndose a Pustochkina, el presidente . ¡No tiene usted derecho a hablar mientras no se le pregunte! Y viendo que otro miembro del Jurado se levantaba, preguntó: ¿Usted también quiere hacer una pregunta?