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Jugaba graciosamente con la pluma, y mojándola y sacudiéndola a golpecitos metódicos, prosiguió así: «Pero no debe esperarse de este pícaro mundo otra cosa que penas, ¡ay!... penas y amarguras. Usted es joven, usted es una niña, y todavía... vamos, todavía no conoce más que las flores que suelen adornar al principio los bordes del camino; pero cuando usted ande más, más...».
Se agitaba trémula y sofocada en los brazos ardientes de la enfermedad, que la constreñía sacudiéndola para expulsar la vida. El papá salió medio loco, corrió por las calles; pero en mitad de una de ellas se detuvo y dijo: «¿Quién piensa ahora en figuras de nacimiento?»
Se detuvo otra vez mirando con espanto el rostro lívido y contraído del joven marqués, que agarrándola del brazo y sacudiéndola fuertemente rugió más que dijo: ¿Quién te ha sugerido la idea de proponerme eso?... Respóndeme... ¿Quién ha sido el miserable, el vil y el canalla que te lo ha aconsejado?... ¡Quiero ir ahora mismo a arrancarle la lengua!
La institutriz se puso un poco pálida, pero dijo con calma sin dejar de sonreir: Te advierto que me estás haciendo daño. Dí, ¿qué es gracioso? ¿qué es gracioso? repitió el conde sacudiéndola rudamente. Vuelvo á decirte que me haces daño. Yo no soy la condesa de Trevia, sino una pobre institutriz. No merezco ser tratada con tanta confianza. El conde aflojó la mano y la miró fijamente.
Así, Vérod, que parecía tan confuso y anonadado, se alzó bien pronto al impulso de una viva reacción. ¡No!... dijo bruscamente, alzando la cabeza y sacudiéndola con ademán de protesta. ¡No!... ¡No es posible!... ¡Eso no puede ser!...
Ricardo se levantó, aproximose a Marta y sacudiéndola fuertemente, exclamó: ¡Chiquita, qué remonísima eres!... No me admira que Manolito... Ya me entiendes... ¡Vaya un modo de empezar a ser formal! Lo seré con el tiempo; no te apures. Bien, pues ahora déjame concluir para llevar el caldo a mamá. ¿Sabes que he recorrido toda la casa y no he hallado a nadie?
¡Habló usted de un modo! Hablé con el alma... Yo estaba siendo una ingrata sin saberlo.... Pero al fin... vida nueva; ¿no es verdad, hija mía? Sí, sí, padre mío, vida nueva.... Callaron y se miraron. Don Fermín, sin pensar en contenerse, cogió una mano de la Regenta que estaba apoyada en un almohadón de crochet, y la oprimió entre las suyas sacudiéndola.
¿Que no quieres casarte con tu tío? dijo clavándola una mirada aguda. No, señor, no quiero dijo Rosa con firmeza. Padre e hija se miraron un instante a los ojos. Tomás se puso extremadamente pálido. Un relámpago siniestro cruzó por su fisonomía. Después avanzó lentamente y, sacudiéndola por el brazo, le preguntó con ira mal reprimida: ¿Por qué no quieres, di, por qué no quieres?
Ahora verás dijo Romadonga mordiendo los suyos de coraje, abalanzándose a ella. No me toques, que puedes pincharte manifestó con la misma tranquilidad, sin mover un dedo siquiera. ¡Sí te toco! ¡te toco, deslenguada! gritó aquél, ciego de ira, sacudiéndola violentamente por un brazo. Concha cambió repentinamente de actitud. Todo lo que antes fue calma y sorna se convirtió en feroz exaltación.
El la toma por las dos muñecas, y sacudiéndola le dice con voz ahogada: ¿Pero sabes también que yo no soy más que un miserable, un ser vil y perdido, un borracho, que no sirve para nada? ¡Si me pudieses ver, te daría asco!... Las personas honradas se apartan de mí; me he convertido para ellas en un objeto de repulsión... ¿Y te figuras que yo podría amarte?
Palabra del Dia
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