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Muy mal aviada estoy para recibir a usted. Echóse por los hombros, para ocultar lo raído del traje, un chal de brillantes rayas que había dejado caer, e inclinándose graciosamente, me dio la mano. Se la oprimí y la oprimí contra mis labios tratando de reanimar mi valor, mientras ella, siempre sonriente, me miraba, esperando la explicación de mi visita a aquella hora.

Luego, una especie de collarete, graciosamente cortado, oscila alrededor de los puntos prominentes de la orilla, de los juncos y las raíces sumergidas en el agua, y cada una de esas franjas de hielo, adquiere sucesivamente desde el tono mate del cristal sucio, al brillo del diamante, según el movimiento de las pequeñas ondulaciones que la agitan y la hacen contenerse, tan pronto sobre una capa de aire como sobre la misma masa de agua.

Y cuando faltaban los pedestres para mantener la admiracion del novato, abusaba de los coches flamantes que desfilaban; Tadeo saludaba graciosamente, hacía un signo amistoso con la mano, soltaba un ¡adios! familiar. ¿Quién es? ¡Bah! contesta negligentemente; el Gobernador Civil... el Segundo Cabo... el magistrado tal... la señora de... ¡amigos míos!

Si algún pero se le puede poner está en la barba. Pues no lo he notado.... Graciosamente cortada, eso . Una barbilla preciosa, Roger. Sin embargo ¿no te parece que el conjunto hubiera ganado bastante con medio palmo más de bien poblada barba? ¡Ave María Purísima! Pero ¿de dónde has sacado que Tita tenga barbas? ¿Tita? ¿Quién habla de ella? ¿Pues de quién demonios estás hablando?

Ella, sonriendo, las retiró, diciéndome graciosamente: «Y el cuento que entró por un caminito de plata salió por un caminito de oro». La revelación de Angelina me dejó triste, abatido, avergonzado. Entonces me cuenta de ciertas melancolías de la niña, cuando yo hablaba de bodas y noviazgos.

Era un tipo esencialmente madrileño; masa que el tiempo y la fortuna modelan a su antojo con las suaves líneas de la dama o con los rasgos graciosamente duros de la chula. Hasta la voz indicaba en ella el germen de este dualismo: unas veces su timbre hería desagradablemente el oído, otras lo halagaba con singular dulzura. Ven, Leo, vamos a traer a papá dijo desde el gabinete doña Manuela.

Nos sentamos en un sofá al concluir la pieza que habíamos bailado, y como yo tratara de guardar cierta distancia respetuosa, dejándose caer sobre el respaldo del asiento, e inclinando la cabeza graciosamente, me dijo: ¿Por qué tan lejos? Acérquese usted más... tome mi abanico, deme aire, me sofoco...

Apareció doña Sol, sosteniendo en una mano la negra amazona y mostrando por debajo de ella las cañas de sus altas botas de cuero gris. Llevaba camisa de hombre con corbata roja, chaquetilla y chaleco de terciopelo violeta, y graciosamente ladeado el sombrero calañés de terciopelo sobre los bucles de su cabellera.

Allí todo sonrie, denotando un modesto bienestar, y cada pueblo es un enjambre de casas graciosamente rodeadas de huertos y jardines; con gentes bien vestidas, de bella raza, de fisonomías francas, risueñas, inteligentes y amables que brindan robustez y contento.

Al tiempo de colgárselo, Julita acercó la boca a su oído y le dijo graciosamente: Si lo hubieras traído siempre, no te habrían herido. Y sin esperar contestación salió dando brincos. Cuando estuvo en el pasillo, se quedó inmóvil de repente, meditó un momento, y dibujándose en su rostro una sonrisa de placer, siguió corriendo a su cuarto y acto continuo se puso a escribir.