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Por la noche decía en el café, chupando con delicia un cigarro habano: No hay nada en el mundo como una chula de Lavapiés. Estoy hechizado con mi Conchilla. Ni la mitad del presupuesto voy a invertir. El que tenga la suerte de embarcarse en una de estas fragatas, puede viajar hasta el fin del universo con tres pesetas. Con razón lo pudo decir, pues a los pocos días había logrado rendirla.

Mario sentía al mismo tiempo pesar y alegría de este olvido porque, si anhelaba acercarse a su ídolo, temía el instante de la presentación como un trance apuradísimo. Buenas noches, señores dijo una voz bronca, profunda. Hola, D. Dionisio, ¿cómo estamos? preguntó distraídamente D. Laureano, sin apartar la vista de la preciosa chula que había descubierto.

Hablaba con el desgarro peculiar a la chula de Madrid, acentuando cada sílaba de un modo tan insolente que D. Laureano, avergonzado, no pudo menos de salir por su dignidad. ¡Niña, niña, cuidado con la lengua! Mira que te puede costar un disgusto. ¿A ? ¡Ja, ja! ¡Qué infeliz eres! ¡A ti, , desvergonzada! profirió colérico el tenorio avanzando hacia ella con ademán amenazador.

Después, un mozo que dormitaba sentado en un diván, se levantó a encender las lámparas de petróleo sobrepuestas a los aparatos de gas, y entonces, la pareja chula, disgustada con la iluminación, pagó y se fue.

En el pasillo se oyó la voz de la chula que decía dirigiéndose al mozo: Chico, traiga usted un poco de agua y vinagre. Los esposos quedaron solos. Se miraron uno a otro con asombro, y ambos a la vez soltaron la carcajada. Me parece dijo Mario cuando hubo sosegado la risa que D. Laureano ha infundido demasiada vida a esa chica.

Un bloqueo prudentísimo primero, intimando poco a poco, acercándose algunos ratos a la mesa y cambiando con la chula bromitas más o menos picantes. Estos acompañamientos se hicieron frecuentes. Otro día les trajo butacas para uno de los teatros por horas.

Y llevándose la mano al seno, sacó rápidamente una navaja de grandes dimensiones, la navaja de marras. Pero en aquel instante las manos del agente la sujetaron por detrás, D. Laureano retrocedió más pálido que la cera. Déjenme ustedes que saque las tripas a ese infame gritaba la chula tratando de desasirse. Pero al volver la cabeza para ver quién la sujetaba, quedose repentinamente inmóvil.

El señor Anguita, que no se calentaba, a pesar de hallarnos en los días más terribles de agosto, había adquirido recientemente un pandero con el retrato de una chula, y se había vuelto loco y casi nos había vuelto locos a todos. Ramoncita, siempre en conversación grave, importantísima, con sus amigas jamonas y solteras.

Mientras tanto, allá en el fondo de su cerebro artificioso se elaboraba tranquilamente un plan maquiavélico que iba a marchitar en flor tanta dulce esperanza. Romper con la chula quedándose en Madrid era expuestísimo. Aunque avisase a la policía, tenía la seguridad de que Concha le daba una puñalada por la espalda. ¡La conocía bien!

¡Indecente! ¡por ti me han pegado! ¡Ya me las pagarás todas juntas, recontra!... ¡Te he de romper esas narizotas de trompeta! ¡Metebaza!... ¡Fea!... ¡Feona!... ¡Chula!... Al oírse insultar de este modo, Eulalia no pudo contenerse y se arrojó como una fiera sobre su hermano, dándole tal estirón de pelos, que el berrido de Enrique, al sentirlo, hizo levantare asustados a los presentes.