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Pues deseamos ver ese chal y saber su precio. Uno de los lacayos tiró inmediatamente de una campanilla, y nos rogó que pasáramos á otro piso. Subimos dos rellanos de una escalera elegantemente alfombrada, y ya vimos en el piso principal á un caballero que nos esperaba.

El, temiendo que la joven se constipase, levantó los cristales; luego tomó el chal de cachemir que ella tenía en la mano, y se lo echó sobre los hombros. ¡Ah! ¡qué hermosa estaba Judit, qué seductora, embellecida por la felicidad!

Salían de un sitio muy brillante; entonces, el pequeño ser siguió sobre sus piernecitas y avanzó titubeando por la nieve, arrastrando tras de el chal en que había estado envuelto, mientras que su sombrero abollado caía a su espalda; así avanzó titubeando hacia la puerta abierta de la choza de Silas Marner, dirigiéndose derecho, al hogar caliente, en el que había un fuego vivo de leñas y astillas.

Ella está allí, con un chal claro en los hombros... ¡tan pálida y tan bella! ¡Estoy soñando! Di orden para que no viniese el carruaje sino mañana al amanecer. ¿Quiere marcharse Gertrudis? pregunta Juan impresionado. Gertrudis tiene que irse dice la joven. Y con los ojos llenos de lágrimas le dirige una mirada, en la que se esfuerza por poner una sonrisa.

¿Con quién estás hablando, Amaury? preguntó Magdalena, apareciendo entonces en la puerta, arrebujada en un amplio chal de cachemira y lanzando una rápida mirada a su prima, que dio un paso pretendiendo retirarse. Ya lo estás viendo, Magdalena: hablo con Antoñita, y estaba felicitándola por su elegancia. Tan sinceramente como acababas de felicitarme a mi, de seguro.

Pues sácalo de la cama, no hay ningún cuidado: a ver si se entretiene con cualquier cosa. Lucía lo envolvió en un chal y lo sacó al gabinete. Era rubio y hermoso como un angelito, con grandes ojos azules; no se manifestó sorprendido al ver a Miguel; suspendió el llanto y le miró, , con insistencia, pero sin preguntar nada a su madre.

En aquel momento se levantó del canapé la madre de Petrov, envuelta en un chal negro. Su cabecita cana temblaba; su rostro era tan pulcro en su senilidad como si se lavase diez veces al día cada arruguita. Llevaba largo rato en el canapé, sin dormir, sumida en sus tristes pensamientos.

Lo que primero atrajo mis miradas fue la extrañeza de sus bastones, que eran unos garrotes retorcidos y con gruesísimos nudos. No se les veía la barba, porque la tapaba la corbata, especie de chal, que dando varias vueltas alrededor del cuello y prolongándose ante los labios, formaba una especie de cesta, una bandeja, o más bien bacía en que descansaba la cara.

Puede salir del paso con el peinador de muselina y los zapatos de raso, si encuentra en el vestíbulo un sombrero, sus zuecos de jardín y el gran chal escocés que se pone los días de lluvia para manejar. Entreabre su puerta con infinitas precauciones; todos duermen en el castillo; deslízase a lo largo de las paredes, a través de los corredores, y baja la escalera.

La niña, de pie aún en el umbral, preguntó nuevamente: ¿Es mamá? Contestole secamente: No, no es mamá. Y echó una severa mirada al arrapiazo. La niña retrocedió unos pasos y luego, adquiriendo valor con la distancia, dijo en su habla característica: Vete, pues. ¿Poqué no te machas? La señora de Galba miraba de soslayo el chal.