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Yo me quedo esta noche para que usted descanse un poco». «Señora, no lo consiento. Hay vecinas que se quieren quedar». «¡Vecinas!... Aviada está la enferma con las vecinas. ¡Son tan torpes y tan descuidadas...! Verá usted cómo trabucan las medicinas y le encajan una por otra». «¡Oh!, no señora, no consiento que usted se moleste». «Repito que me quedo, ¡vaya!

Muy mal aviada estoy para recibir a usted. Echóse por los hombros, para ocultar lo raído del traje, un chal de brillantes rayas que había dejado caer, e inclinándose graciosamente, me dio la mano. Se la oprimí y la oprimí contra mis labios tratando de reanimar mi valor, mientras ella, siempre sonriente, me miraba, esperando la explicación de mi visita a aquella hora.

Cuanto hay que saber de Clarita lo sabes mejor que yo. ¿Qué puedo añadir á lo que sabes? Oiga V., tío: aunque niña, no soy tan fácil de engañar. Aquí hay varios puntos obscuros, inexplicables, y yo no sosiego hasta que todo me lo explico. Pues ya estás aviada, hija mía, si no te sosiegas hasta que halles la explicación de todo. Condenada estás á desasosiego perpetuo.

Pues está usted aviada... De forma y manera dijo cruzando los brazos y echando el cuerpo atrás , que en tal caso no tiene más remedio que... que echarse a la buena vida... al amor libre... a... Ya usted me entiende. , señor, entiendo... no tengo más camino manifestó la joven con humildad.

Si yo tuviera que guardar mi fama, aviada estaba con un amigo como usted. ¡Qué cosas suponen por ahí! Y reía con una expresión de superioridad, considerándose muy por encima de cuanto pudieran decir las gentes de su amistad con Rafael. En el mercado me hablan de usted todas las vendedoras como si esto fuese para el más irresistible de los halagos; aseguran que formamos una soberbia pareja.

Todo, según ellos, no había sido sino una trama urdida por la Casilda, que era una intriganta desvergonzada, para ver de meter al muchacho en la casa y luego colarse ellos; pero la habían descubierto el juego y ya estaba aviada, la muy tal, etc., etc. Como yo la encuentre decía misia Gregoria, le zampo una buena fresca, y si me apura mucho, le pongo las manos en la cara.

¿Mantilla para guiar? ¡Estás aviada, hija! Bueno, pues de sombrero. El caso es que estaría de mistó: no como esa desorejada de la Felipa que ya no tiene carne para hartar a un gato.... La doncella, mientras le recogía el pelo, charlaba por los codos. El fondo de su charla era constantemente adulador. Amparo escuchaba con cierta complacencia.