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Ordeno que la hagan pasar a un saloncito. «Díganla que tenga la bondad de esperarme un momento». Y en seguida llamo a mi doncella para que me ayude a ponerme un traje de circunstancias, un vestido negro, de cierta severidad, pues me parece que la entrevista va a ser grave. Mientras me visto procuro dominar el desasosiego que me ha invadido al leer la tarjeta. ¡Misia Melchora en mi casa!

Salía de la fonda muy de mañana, comía fuera, paseaba lejos y regresaba tarde. No hubo compañero de Cristeta que tropezase con él. Luego transcurrieron unos cuantos días sin que ella recibiese cartas de su amartelado caballero, lo cual estimuló su impaciencia, y ya comenzaba a darse casi por olvidada, cuando una noche el desasosiego se le trocó en alegría.

Se acordaban de pronto de los numerosos vales que llevaban firmados: iba a llegar el momento de ajustar cuentas con el mayordomo. Un ambiente de tristeza y desasosiego se esparcía por el buque, velando las voces y haciendo languidecer las conversaciones. Los sitios vacíos inspiraban el melancólico recuerdo de los ausentes.

Amalia alzose vivamente de la silla y fue a cerrar la puerta. Los gritos dejaron de oírse, pero la nerviosa joven tampoco oyó ya las palabras de Amalia. Un gran desasosiego se apoderó de ella; subíanle vapores a la cara y al pensamiento atroces deseos de desvergonzarse con aquella malvada, de llamarla judía, bribona, infame. Todo lo que pasaba en aquella casa se le representó de golpe.

Allí no se conocía fresco, bueno y a diario, más que la leche y sus preparados... precisamente lo que estaba reñido con los gustos de mi paladar y con los jugos de mi estómago. Pocas noches he pasado en mi vida tan largas, tan tristes y de tan insoportable desasosiego, como la de aquel día.

La obra, recién encarnada en su mente, anunciaba ya con íntimos rebullicios que era un ser vivo, y se desarrollaba potentísima oprimiendo las paredes del cerebro y excitando los pares nerviosos, que llevaban inexplicables sensaciones de ahogo a la respiración, a la epidermis hormiguilla, a las extremidades desasosiego, y al ser todo impaciencia, temores, no qué más... Al mismo tiempo su fantasía se regalaba de antemano con la imagen de la obra, figurándosela ya parida y palpitante, completa, acabada, con la forma del molde en que estuviera.

La criatura seguía alborotando, y su madre se quejaba de un desasosiego que no podía explicar. «¡Cuánto siento que se haya ido Segismundo!

El olor de la cera, el aroma del incienso y la aglomeración de gentes, viciando la atmósfera, promovían inspiraciones largas, suspiros de desasosiego, movimiento de inquietud. En los bancos de alto respaldo había algunas personas dormidas. Otros fieles, haciendo abstracción de la fiesta, se postraban ante altares distintos.

Ocurríale, sin embargo, que cuanto mayor era el encanto con que la recordaba, más intenso era también el desasosiego que le producía, porque la reflexión se hartaba de decirle que Cristeta no era flor de un día o estrella de una noche. Sólo pudo librarse de ella empleando el cobarde recurso de la fuga. ¿Qué sucedería si volviese a encontrarla en su camino?

Nunca había sufrido tanto calor. La sangre hervía dentro de sus venas produciéndole gran desasosiego. Pasaba las noches en claro dando vueltas en la cama sin lograr prender los ojos. Y de vez en cuando solía levantarse en lo más hondo de sus entrañas un rumor extraño, doloroso, que le desazonaba sin acertar á comprender de dónde venía ni qué expresaba.