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Fueron los amigos del novio los primeros en moverse y hablar. Se despidieron del padre con rápidos apretones de mano y frases triviales de sociedad, un tanto descuidadas en la forma, como dirigidas de superior a inferior; tras de lo cual, el pelotón entero tomó el camino de la ciudad, reanudando la broma y algazara.

El padre carecía de creencias, tal vez a consecuencia de su simpatía hacia aquel partido progresista que siempre mintió respeto a la religión, sin ocultar mala voluntad al clero; Leocadia y doña Manuela eran mujeres mal dirigidas, o mejor dicho, descuidadas.

Su antigua naturaleza afirmábase de nuevo en su descendencia. Licurgo huroneaba a deshora en la alacena, y Arístides venía de la escuela a casa sin zapatos, dejando tan importantes artículos en el umbral para tener el placer de hacer un viaje por el légamo de las zanjas a pies desnudos. Octavia y Casandra eran descuidadas en sus vestidos.

No obstante, fue tan sutil la influencia del ejemplo ajeno, que desde aquella fecha en adelante apareció regularmente con camisa limpia y cara aún reluciente por el contacto del agua fresca. Tampoco fueron descuidadas las leyes higiénicas, tanto morales como sociales.

¿Una clase? esto es, un mundo, el abismo de la vida blanda y semiorganizada á la que aún falta la vértebra, la centralización huesosa, el sostén esencial de la personalidad. Interesan tanto más esos seres, cuanto que visiblemente por ellos empieza la vida. ¡Humildes tribus, descuidadas hasta entonces!

Además, La Autoridad te defenderá si te atanca.» «¿ crees?» «La Autoridad está en el caso de administrarme una paliza disimulada... Me defenderá criticándome.» «Pues bien, amigo, espera para apurarte a que ocurran todas estas cosas.» «¡Ah! así sois las mujeres, descuidadas, frívolas, egoístas... El padre Tomás me ha engañado sobre tu carácter.

A la mañana cuando quiso volverse á su galera, Eduardo de Oria le prendió y desarmó, y otros Genoveses hicieron lo mismo con los demas que le acompañaban y las diez y ocho galeras dieron sobre las nuestras desapercibidas y descuidadas.

No bastaba una conferencia para curar un alma, ni acudir con enfermedades viejas y descuidadas era querer sanar de veras. De todo esto se deducía racionalmente, aparte todo precepto religioso, la necesidad de confesar a menudo. No se trataba de cumplir con una fórmula: confesar no era eso.

Yo me quedo esta noche para que usted descanse un poco». «Señora, no lo consiento. Hay vecinas que se quieren quedar». «¡Vecinas!... Aviada está la enferma con las vecinas. ¡Son tan torpes y tan descuidadas...! Verá usted cómo trabucan las medicinas y le encajan una por otra». «¡Oh!, no señora, no consiento que usted se moleste». «Repito que me quedo, ¡vaya!

Estaba la capilla casi a tejavana: la lluvia corría por el retablo abajo; las vestiduras de las imágenes parecían harapos; todo respiraba el mayor abandono, el frío y tristeza especial de las iglesias descuidadas.