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Nicephoro y Pacimerio Griegos, y en muchas partes poco cuidadosos de escribir la verdad, ofendidos por comunes y particulares agravios de los nuestros, lejos de las ocasiones, Montaner español, testigo de vista de todos estos sucesos, y que la llaneza de su estilo, y del tiempo que escribió, parece que aseguran la verdad de los acontecimientos que refiere.

Resta, pues, ver si los milagros que conocemos como posibles han llegado á la execucion, ó, como se dice comunmente, á la actualidad. En este punto la fe de unos pocos Sectarios no puede contrarestar á la de los Patriarcas y Profetas del Viejo Testamento, á la de los Apóstoles, á la de los Padres, á la de tantos varones santos y sabios que los aseguran, y mucho menos á la autoridad de la Iglesia.

A esto responden las armas que las leyes no se podrán sustentar sin ellas, porque con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de cosarios; y, finalmente, si por ellas no fuese, las repúblicas, los reinos, las monarquías, las ciudades, los caminos de mar y tierra estarían sujetos al rigor y a la confusión que trae consigo la guerra el tiempo que dura y tiene licencia de usar de sus previlegios y de sus fuerzas.

Aseguran otros que Morsamor y su hueste se fueron por el aire, en una máquina o ingenioso artificio que les suministró Sankarachária y que sin ser juguete de las corrientes atmosféricas como los globos aerostáticos de ahora, se movía en la deseada y prescrita dirección, atraído por la fuerza psíquica o magnético-espiritual de un gran sabio, amigo de Sankarachária, que vivía en la ciudad de Lasa y era nada menos que el Secretario de Estado o ministro principal del Dalai-Lama.

Lugones, que es de carácter travieso, se da vuelta hacia su compañero de suplicio, y le dice con la mayor compostura: «Pásame, compañero, la tabaquera; ¡pitemos un cigarroEn fin: la disentería se declara en Tucumán, y los médicos aseguran que no hay remedio, que viene de afecciones morales, del terror, enfermedad contra la cual no se ha hallado remedio en la República Argentina hasta el día de hoy.

De consiguiente, sus horas, sus gustos, sus esparcimientos, sus modales, sus opiniones sobre todas las cosas que no son del alma, se arreglan al meridiano de París. Y contra toda herejía importante en esta delicada materia las aseguran y garantizan sus frecuentes viajes á la corte, y alguno que otro á Bayona.

Veo que me extiendo demasiado en hablar a Vd. de esta Pepita Jiménez y de su historia; pero me interesa y supongo que debe interesarle, pues si es cierto lo que aquí aseguran, va a ser cuñada de Vd. y madrastra mía. Procuraré, sin embargo, no detenerme en pormenores y referir en resumen cosas que acaso Vd. ya sepa, aunque hace tiempo que falta de aquí. Pepita Jiménez se casó con D. Gumersindo.

Dentro de este santuario se custodiaba el famoso mimbar de Al-hakem II, que era una especie de púlpito ó reclinatorio, al cual aseguran los historiadores árabes que no habia otro en el mundo que se igualase, por la materia de que estaba construido y por su trabajo.

Unos la tienen por rumana y hasta afirman haberla visto de joven en Bucarest; otros aseguran que nació en Italia, de padres polacos. ¡Vaya usted á saber!... ¡Si tuviésemos que averiguar el nacimiento y la historia de todas las personas que conocemos en París y nos invitan á comer!... Miró de soslayo á Robledo para apreciar su grado de curiosidad y la confianza que podía tener en su discreción.

Todas las heredades de mi padre político son de mis cuñados y cuñadas; si ellos no lo aseguran en el contrato, ¿cómo presentar así un joven sin carrera y sin fortuna a una familia más rica que nosotros? El amor lo compensa e iguala todo para los jóvenes, pero ellos no son los que cierran los contratos. Estoy tan preocupada que no puedo conciliar el sueño. 9 de noviembre de 1819.