United States or Senegal ? Vote for the TOP Country of the Week !


Algo impresionado, cerró el cura bruscamente la entreabierta tabaquera, en la que estaba a punto de introducir los dedos. No tienes aspecto de eso, hijita. ¡Cómo! ¿no me veis ojerosa y con mis labios pálidos? No, Reina; al contrario, tus labios están rosados y tu rostro denota una floreciente salud. Pero ¿de qué te mueres?

Cerró la tabaquera con un golpe seco, encendió su cigarrillo, y, después de haber lanzado al espacio algunas bocanadas de humo, dijo: Brillante la fiesta, ¿eh? Muy brillante. ¿Por qué has desertado del cotillón? Podría devolverte la pregunta. ¡Oh! yo, es bien sencillo: me substraigo a las confidencias de mi prima.

Calló Currita, y con la cabeza baja y las manos cruzadas y entornados ojitos, esperó muy devotica el sermón formidable, la peluca tremenda que creía ella iba a venir tras de aquello, seguida de alguna violenta exhortación a la confesión y la penitencia, con algunos toquecitos de llamas del infierno; y luego, más tarde de lo que ella deseaba y con tanto anhelo iba buscando, un generoso ofrecimiento, noble, sincero y amplio... Mas el padre Cifuentes, que había escuchado sin pestañear todo aquel cúmulo de vergüenzas y de horrores, que no había hecho el menor gesto de asombro, de disgusto, de compasión ni de protesta, sacó la tabaquera de cuerno, tomó un polvo y dijo lacónicamente: Haga usted los Ejercicios...

Arrellanose cómodamente en el sillón, tomó con una mano la tabaquera y con la otra su pañuelo, y mirándome de soslayo, preparose a sostener la discusión que preveía. Yo me lancé de golpe a mi asunto; me agité, me animé, me entusiasmé e hice incapié sobre las cualidades elogiadas en mi historia, tras de lo cual pasé a mis conocimientos particulares.

¡San Miguel, San Bernabé! exclamó dejando caer su tabaquera con un ruido tan seco, que el gato extendido en una poltrona saltó a tierra con un desesperado maullido. Mi tía que dormía, se despertó sobresaltada y gritó: ¡Ah, bestia! Dirigiéndose a mi, y no al gato y sin saber de qué se trataba. Pero este epíteto componía invariablemente el exordio y la peroración de todos sus discursos.

Os lo agradezco, contestó el Cardonal, tomando polvos de su tabaquera de oro. Encontré en el Nuevo Mundo, Eminencia, lo mismo que en Europa. Quince años he vivido una vida angustiosa, y hoy vengo a impetrar vuestro perdón y a morir en mi país. Fué tal su acento de sinceridad, que el Cardenal se puso de pie solemnemente y bendijo a don Fabricio de Portinaris.

Y Hans Keller describía después al hombre, siempre inquieto, estremecido por misteriosas ráfagas, incapaz de sentarse como no fuese ante el piano o la mesa de comer; recibiendo de pie a los visitantes, yendo y viniendo por su salón, con las manos agitadas por nerviosa incertidumbre, cambiando de sitio los sillones, desordenando las sillas, buscando una tabaquera o unos lentes que no encontraba nunca; removiendo sus bolsillos y martirizando su boina de terciopelo, tan pronto caída sobre un ojo como empujada hacia el extremo opuesto y que acababa por arrojar a lo alto con gritos de alegría o estrujaba entre sus dedos crispados por el ardor de una discusión.

Ahora que se han suspendido las garantías constitucionales, van á saber esos pillos lo que es bueno. Hay que dar mucho machete, prorrumpe otro amable sujeto haciendo un gesto terrible, capaz de hacer presentar á Ivonet. ¿Fuma usted? pregunta sacando la tabaquera y ofreciéndola á uno de los belicosos interlocutores. ¡Cómo! ¿Nada más? Pues, ¿qué creía usted?

Las manos del jesuita se hundieron más y más en lo profundo de sus mangas, y muy alborozado y satisfecho, opinó que nada había más conforme a la moral cristiana que la paz de la familia y el perdón de las injurias... Pero y aquí apareció de nuevo la tabaquera de cuerno para suministrar a los dedos del padre Cifuentes un polvo digno del gran Federico en cuanto a aconsejar él a la señora marquesa que accediese a las pretensiones del señor marqués, había de tener en cuenta el señor marques que la señora marquesa nada le había consultado, y que la primera condición del consejo prudente es la de ser pedido...

, comenzó a decir, presentando su tabaquera al señor Lammeter, que por segunda vez inclinó la cabeza e hizo seña con la mano para rechazar obstinadamente el ofrecimiento del squire , , nosotros los viejos bien podemos desear ser jóvenes esta noche al ver el ramo de muérdago suspendido, en el salón blanco.