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Yo he venido á deshacer vuestras rebeldías, señor duque de Uceda dijo el duque de Lerma, mientras doña Ana, aturdida, encendía las bujías. ¿Mis rebeldías, excelentísimo señor? dijo el duque con calma ¿pues acaso hago yo otra cosa que defenderme? Defenderos, ¿de qué? De los agravios que vuecencia me ha estado continuamente haciendo por celos.

Cuando Clementina volvió a su lado le dió cuenta, entre lágrimas y suspiros, de los agravios que su marido le había inferido aquella noche. En primer lugar, Emilio se vistió de húngaro para venir al baile. Irene había observado en cuanto entró, que María Huerta vestía también de húngara. Debían de estar convenidos, lo cual era una afrenta, que más de una persona había notado.

Partió de Medellín con sus diez galeras y vino á Galípoli, donde fué recibido con universal aplauso, creyendo que les ayudaria para tomar entera satisfacion de sus agravios, sirviéndole con parte de los pocos bastimentos y dinero que tenian, y sin precisa obligacion de obedecerle, todos le reconocieron por cabeza.

No hay amigo para amigo, No hay ser padre siendo rey, Donde hay agravios no hay celos, Casarse por vengarse, Obligados y ofendidos, Persiles y Segismunda, Peligrar en los remedios, Los celos de Rodamonte, Santa Isabel, reina de Portugal; La traición busca el castigo, El profeta falso, Mahoma; Progne y Filomena. Segunda parte de las comedias de D. Francisco de Rojas Zorrilla: Madrid, 1645.

De todo esto formaba el indiano un capítulo de agravios contra su hermano.

Entonces los Capitanes conjurados se fueron levantando de sus asientos, y llegándosele mas, multiplicando las quexas, y acordándose de los agravios que á todos hacia, diciendo, y haciendo, le asieron á el, y á su hermano, sin que pudiesen resistirse, porque los conjurados eran muchos, y resueltos.

No sabiendo ya qué decirle, llegó hasta sacarle el ejemplo de Maximiliano, que llevaba con tan cristiana mansedumbre el cargamento de sus agravios. La diabla, al oír esto, se reía más, diciendo que su marido era un santo, un verdadero santo, y que si le canonizaban y le ponían en los altares, ella le rezaría y le escupiría.

La revolución, que habían visto muy de cerca y que les procuraba un fondo común de recuerdos y de agravios, les había impuesto un matiz idéntico, una manera de ser común, empapándolos en una misma prueba.

Había buscado á los compañeros de su sección para enterarse de lo que proyectaban contra los burgueses. Pero la guerra iba á estallar. Algo había en el aire que se oponía á la lucha civil, que dejaba en momentáneo olvido los agravios particulares, concentrando todas las almas en una aspiración común. Hace una semana continuó era antimilitarista. ¡Qué lejos me parece eso!

Soledad le había dado cuenta de la última etapa de sus agravios, que era, después de todo, la más dolorosa para ella, pero no del proceder brutal que venía usando. Desde el día en que la golpeó por causa de su hermano, Velázquez soltó las riendas á su temperamento altivo y caprichoso. La pobre muchacha no sabía cómo darle gusto.