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De la desvergonzada Zaluka, de la sagaz Cleopatra, cualquiera triunfa, porque el hombre se deleita tanto en humillar la soberbia como en poseer la belleza, pero ¿quién es capaz de permanecer insensible ante la enamorada humilde y suplicante? Ignoro cuánto tiempo tendré que estar en Madrid o en París dijo don Juan . No dónde iré...; en fin, no me voy del mundo.

El joven se sintió herido por aquella desvergonzada pregunta y replicó secamente: No hay otro matrimonio más feliz sobre la tierra. Me alegro... me alegro que no discutan... Ella es una hermosa mujer, un ejemplar admirable de nereida... Quisiera hacer su retrato desnuda, saliendo del agua... Pero viendo que Tristán se ponía cada vez más hosco cambió de conversación. ¿Sabes ?

¡En los días de mi vida he visto una criatura más loca! exclamó doña Paulina santiguándose. ¡Ave María! ¡Ave María! ¿De quién has sacado ese genio, chiquilla? Sería de ti respondió Venturita enfoscada, sin mirar a nadie. ¡Desvergonzada!... ¡Si no fuera mirando a que hay gente delante!... ¿Cómo contestas de ese modo a tu madre, picara? ¿No sabes los mandamientos de la ley de Dios?

La portera me la enseñó estando en su balconcito, con una bata muy lujosa, que bien puedo decir que me la ha robado a . ¡Y era fea, doña Manuela, muy fea! Huesos y pellejo nada más; pero con unos ojos de desvergonzada, que es sin duda lo que les gusta a los hombres.... ¡Mi Antonio, un hombre tan serio, con esa mala piel! ¡Ay, doña Manuela de mi alma, yo creo que me va a dar algo!

Pero todavía mientras la quitaba la sangre de la cara con un paño mojado, no podía menos de dar suelta a su genio exclamando: ¿Lo ves? Esto te ha sucedido por desvergonzada. La brigadiera, aunque parezca extraño después de lo que acabamos de decir, amaba a su hija; pero la amaba a su manera, mortificándola sin cesar para plegarla de un modo incondicional a su voluntad.

Lo ocurrido es muy natural; la desvergonzada mozuela se ha encajado en la iglesia, no vestida humildemente, según su clase, sino con el lujo escandaloso de las mujeres cortesanas que bullen en las grandes ciudades y que son la perdición de los hombres. ¿De dónde ha salido el traje que llevaba puesto? Aquí nadie lo ignora. Era regalo de usted. No he de negar yo que era regalo mío.

Se cuenta, por último, que donna Olimpia, allá en su primera mocedad, se lució una vez en la academia platónica de Florencia, pronunciando un sublime discurso sobre el amor, que oyó Marcilio Ficino, ya viejo, y quedó embelesado de oírle. Vamos, vamos, no me cuentes más de esa mujer. Basta con lo que has dicho para comprender que es la más desvergonzada de las aventureras.

Por otra parte, yo me atrevo a sostener que en la más desvergonzada zarzuela bufa no hay la quinta parte de los chistes primaverales o verdosos que en muchas comedias de Tirso, que en muchos sainetes de don Ramón de la Cruz y que en muchas otras producciones dramáticas de nuestro gran teatro clásico.

El tiene gabina, castora o como se llame; pero su levita, aunque no se la pone más que diez o doce veces al año, está ya desvergonzada de puro raída. Sin chistar, con mucho sigilo, vamos y yo a hacerle una levita nueva, según el último figurín de La Moda Elegante e Ilustrada que recibiste de Madrid el otro día.

Presentáronse los porteros y algunos vecinos, atraídos del alboroto, y al ver reunida tanta gente, salieron las cuatro mujeres al rellano de la escalera para explicar que aquel sujeto había perdido el juicio, trocándose de la más atenta y comedida persona del mundo, en la más importuna y desvergonzada.