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No obstante, el viento, cuyo ímpetu iba siempre en aumento, logró desgarrarlo, al fin, por algunos sitios, formando gratos agujeros, en el fondo de los cuales se percibía el suave fulgurar de alguna estrella. Las grandes nubes negras venían a taparlos; pero el manto se desgarraba por otros parajes a toda prisa y las diminutas estrellas tornaban a hacer guiños amables a la tierra.

Y entonces ¿por qué no me disteis la mano al entrar? Es que según la etiqueta la iniciativa os correspondía, señorita. ¡Ah! ¿la etiqueta? Sin embargo, en el Zarzal, no os acordabais de ella. Estábamos en condiciones especiales, y bien lejos de la sociedad, por cierto, respondió sonriendo. ¿A caso la sociedad prohíbe que seamos amables?

Aquellos franceses viajeros, ricos y amables, eran simpáticos en la sociedad americana de Julio Harvey que hasta se sentía dispuesta á perdonarles la inferioridad de no ser de raza anglosajona, lo que no era floja prueba de benevolencia. Miss Gower estaba contando una visita que había hecho la semana anterior á la Patti en su castillo de Craig-y-Nos, y tenía suspensa la atención del auditorio.

Yo admiro el salto del Niágara, la riqueza y prosperidad de los Estados Unidos, la magnificencia y esplendor de sus grandes ciudades, como Nueva York, Boston y Filadelfia; la facilidad y comodidad con que por allí se viaja en ferrocarril, y lo amables y hospitalarios que son los yankees con los extranjeros cuando el amor propio no los ciega y cuando no se les pone en la cabeza que los extranjeros les son muy inferiores, porque entonces suelen ser harto poco amorosos y son muy desprovistos de caridad.

El ambiente de amables alegrías se había modificado gradualmente en la estancia de Astul hasta ofrecer a ratos el aspecto de una casa de duelo. Ricardo, Lorenzo y Melchor paseaban como con desgano; se aislaban, acaso sin determinarlo deliberadamente y cuando conversaban lo hacían sobre temas indiferentes o fríos.

Los que sólo chapurreaban unas palabras las repetían con acompañamiento de sonrisas amables. Se notaba en todos ellos un deseo de agradar al dueño del castillo. Va usted á almorzar con los bárbaros dijo el conde al ofrecerle un asiento á su lado . ¿No tiene usted miedo de que le coman vivo?... Los alemanes rieron con gran estrépito la gracia de Su Excelencia.

Cesaron casi en absoluto aquellos felices momentos de tiernas expansiones, dulces y amables como los placeres de los ángeles, cuyo recuerdo esparce por toda la vida, hasta por la del hombre más prosaico, una vaga y poética melancolía que ayuda a sufrir los contratiempos de la existencia y a contemplar sin envidia la felicidad ajena.

¡Acabáramos! pensé, y puse en práctica inmediatamente lo que me ordenaba, columpiándome sin miramiento alguno. Pues ya verá usted, Sevilla es muy golosa. En cuantito la tome usted el gusto, no habrá quien le arranque de aquí. Ya se lo he tomado. Los hombres son amables y francos; ¡las mujeres tan lindas!... Usted es una mezcla deliciosa del tipo inglés y el sevillano...

Al instante expuso su pretensión de prórroga, empleando sonrisas amables y los términos más dulces que podía imaginar. Pero Torquemada oyó la proposición con fría seriedad, y luego, ofreciendo a las miradas de Rosalía la rosca formada con sus dedos, como se ofrece la hostia a la adoración de los fieles, le dijo estas palabras fatídicas.

»Algunas veces vienen a visitarme los antiguos amigos de mi tío y su presencia rompe en tales ocasiones esta monotonía de mi vida. Pero, si he de ser sincera, diré que sólo dos nombres oigo pronunciar con agrado. »Es el primero el del conde de Mengis, pues él y su esposa se muestran conmigo muy amables y me tratan como a una hija. »El segundo nombre, Amaury, es el de su amigo Felipe Auvray.