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Agregad á la gracia del vestido cierto aire de satisfaccion vanidosa, un acento ruidoso, muy marcado y de guapeton, el sombrero inclinado sobre una ceja, el cigarrillo en la boca, haciendo escupir por el colmillo, la gran navaja corva de cabo agudo y resortas, llena de labrados y adornos, medio asomando por un bolsillo ó por debajo de la banda, y el garrote en la mano, pendiente del puño con una manija de seda ó cuerda, y dando vueltas á veces en molinete, cuando no sirviendo de puntal, y tendreis la figura completa del majo sevillano.

Debieron de hacerse amigos verdaderos, pues a petición de Velázquez nombró el Rey pintor de cámara al aragonés y éste al escribir su libro Discursos practicables del nobilísimo Arte de la Pintura aprovechó cuantas ocasiones pudo para colmar de elogios al sevillano.

Sevilla es un inmenso museo, en toda la fuerza de la palabra, así en lo material como en lo moral. El adjectivo pintoresco es sin duda el que cuadra mejor al tipo sevillano. Hay en el fondo de todo lo que allí vive y se agita, como de lo inanimado, una manifestacion vigorosa de poesía, de tendencia á lo maravilloso, de expansión sentimental, que no puede escapar al observador.

Al pintor y literato Francisco Pacheco, amigo de Guerrero, se deben las primeras noticias biográficas que del compositor sevillano se conocen.

La fortuna de Velázquez estaba asegurada, entendiendo por tal la seguridad de seguir sirviendo al Rey; y a cambio de aquella envidia de los del arte, llovieron sobre el artista sevillano los aplausos y las poesías; su propio suegro le dedicó un soneto que ni aun por curiosidad merece copiarse, y don Juan Vélez de Guevara le compuso otro que aun siendo mejor que aquél tampoco es bueno.

Diego Méndez continuó Ojeda fue un héroe de distinta clase; un «superhombre del mar», como diría el amigo Maltrana. Su aventura portentosa asombra aun en los tiempos presentes. Era un mozo sevillano que acompañó a Colón en sus últimos viajes, cuando, viejo, enfermo y sin poder encontrar los tesoros portentosos que había prometido, sentía crecer la indiferencia en torno de su persona.

-Debía de ser -dijo a este punto Sancho- el tal puñal de Ramón de Hoces, el sevillano. -No -prosiguió don Quijote-, pero no sería dese puñalero, porque Ramón de Hoces fue ayer, y lo de Roncesvalles, donde aconteció esta desgracia, ha muchos años; y esta averiguación no es de importancia, ni turba ni altera la verdad y contesto de la historia.

De él pudo decir un ingenio sevillano lo siguiente: «Entre los señalados varones en Letras naturales de Sevilla, pone D. Nicolás Antonio al Excmo Sr.

Desgraciadamente también se ha perdido hasta el rastro de ésta, que debió ser inapreciable colección de curiosidades, y varias fueron las garantías que tomó el insigne sevillano para poner á salvo de la destrucción lo que con tanta inteligencia, dispendios y celo exquisito llegó á reunir en el discurso de su vida, y que consideró digno de que se conservase para estudio y recreo de cuantas personas visitasen el monasterio .

El noble caballero sevillano don Juan Ponce de León, hijo de don Rodrigo, conde de Bailén, fué, como ya he indicado anteriormente, uno de los más decididos y ardientes partidarios que la reforma luterana tuvo en Sevilla en el siglo XVI, y predilecto discípulo del doctor Egidio.