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Este medicamento produce los mejores efectos en las afecciones escirrosas y cancerosas de los pechos y de la matriz, aun cuando haya úlcera; que sus bordes esten reenversados y que haya supuracion icorosa y vegetaciones rojizas como las del fungus hematodes.

A un tiro de fusil de la base de este promontorio se elevaba una cadena de enormes bloques de granito que formaban, avanzándose hacia el mar, los bordes escarpados de un estrecho canal que serpenteaba entre ellos y el pie de la montaña y no tenía más salida que a través de los rompientes más peligrosos.

En otros sitios se introducía el mar tierra adentro, formando hermosas ensenadas con paseos frondosos y blancos palacios en sus bordes. Desde el buque alcanzábase a ver el paso veloz de los automóviles por estas riberas.

A pesar del frío, vestía una blusa de verano, una guayabera con pliegues, húmeda aún de la lluvia, y en la cabeza llevaba dos sombreros, uno dentro del otro, de distinto color, como sus manos. El de abajo mostraba una blancura gris y flamante en la parte inferior de sus alas; el de arriba era viejo, de un negro rojizo, con los bordes deshilachados.

Rigurosamente hablando, en la Luna no hay cordilleras de montañas ó, por lo menos, las alturas que se denominan así, son sólo los bordes ó barreras, en parte ruinosas, de grandes cavidades circulares, á las cuales ha hecho dar el nombre de mares el color agrisado de su fondo.

Toma ahora esta bankolungan, que aún vive, y apriétala un poco entre tus manos. El joven hizo lo que su tío le indicaba, y vió contraerse el molusco hasta reducirse a una especie de bola y lanzar primero un chorro de agua y después una materia obscura, que se le extendió por los bordes de la boca.

Encima de la mesita de caoba cuyos bordes afiligranaba una incrustación de nácar, había un grueso álbum de retratos con el terciopelo de las tapas ya gastado, como felpa de viejo bargueño. La mayoría de los retratos se habían descolorido; en algunos apenas era posible distinguir otra cosa que el espectro de la imagen.

Nadie oyó nunca chocar contra el fondo del barranco la piedra allí lanzada, ni hubo jamás en la comarca quien se aventurase a explorar aquella cavidad oscura, más oscura según iba siendo más profunda, y de cuyos bordes el ganado se apartaba medroso. No había más remedio que forzar de frente las trincheras de la falda de la montaña.

Uno de ellos, un capitán mercante yanqui, entró a la una, ligeramente punteado y se absorbió medio vaso de una bebida que tenía que rodear los bordes de azúcar quemada para evitar el contacto de los labios. Durante cuatro horas, el yanqui entró regularmente cada veinte minutos y se ingurgitó una dosis de idénticas proporciones.

La consabida mujer le salió al encuentro, después de haber tendido otra vez en el suelo su mantilla, y aceptó con cierta solemnidad la jarra y el vaso que el marinero le ofreció; en seguida colocó éste el pan y el queso sobre la mantilla, y sacó del bolsillo una navaja; calló de repente la concurrencia, lanzó el quinto gemido la mujer del glorificado, relamiéronse con fruición sus tres hijos, y la que tenía la jarra llenó con admirable pulso, hasta los bordes, el primer vaso de aguardiente.