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Por otro lado, la misma fuerza, desarrollando el molusco en miembros articulados, que cada uno de ellos fabricó su concha, endureciendo ese ser encostrado, le dió consistencia, sobre todo en las pinzas y en las mandíbulas, para morder y triturar los objetos más duros. En este capítulo sólo hablaremos del primero. El chupador del mundo blando, gelatinoso, lo es él mismo.

En vez del admirable cincel que envidiaría el más hábil picapedrero, sólo posee una escofinita, y para abrir una morada á su frágil concha gasta esta misma concha. Con muy raras excepciones, el molusco es el ser tímido que sabe sirve de pasto á todo el mundo.

El Bernardo-Ermitaño, que nunca ve dura su cáscara, imagina, para mejor resguardar la parte blanda, convertirse en falso molusco; al objeto apodérase de una concha que le venga bien; devora á su dueño, y se acomoda en la casa robada, arrastrándola consigo.

Mas no estaba vacía de aspiraciones altas el alma de aquel joven, tan desfavorecido por la Naturaleza que física y moralmente parecía hecho de sobras. A los dos o tres años de carrera, aquel molusco empezó a sentir vibraciones de hombre, y aquel ciego de nacimiento empezó a entrever las fases grandes y gloriosas del astro de la vida.

Un pedazo de su carne asomaba fuera de la concha como una lengua blanca. En unos tomaba la forma de suela y servía de pie, marchando el molusco, con la vivienda á cuestas, sobre este único sostén. En otros era nadadera, y la concha, abriendo y cerrando sus valvas como una boca propulsora, subía en línea recta á la superficie, para dejarse caer luego con los dos escudos apretados.

Cogía el molusco, lo sacaba con un palito, se lo metía en la boca, chupaba después el agüilla contenida en la cáscara, y al hacer esto dirigía una mirada rencorosa a Frasquito Ponte; luego dejaba la cáscara vacía y cogía otra llena, para repetir la misma función, siempre a compás, con igualdad de gestos y mohines al sacar el bicho, y al comerlo, con igualdad de miradas: una de simpatía hacia el caracol en el momento de cogerlo; otra de rencor hacia Frasquito en el momento de chupar.

En esta casa quería vivir y morir, sin deseos de ver más tierras, con la repentina inmovilidad que acomete á los vagabundos de las olas y les hace fijarse sobre un escollo de la costa, lo mismo que un molusco á una cabellera de algas. Pronto se cansaba el Tritón de sus paseos al puerto. El mar de Valencia no era un mar para él. Lo enturbiaban las aguas del río y de las acequias de riego.

Del molusco, forma indecisa, materia apta aún para todo, la fuerza superabundante del joven, su rica plétora, prodigando la alimentación, debió en un principio, desprender dos formas contrarias en la apariencia, pero que llevaban un mismo fin.

Haciendo la guerra á los moluscos, mantiénese también molusco, es decir, constantemente embrionario y ofrece el extraño aspecto, ridículo y caricaturesco, no fuera terrible, del embrión que va á la guerra de un feto cruel, furioso, blando, transparente pero delicado y cuyo soplo es mortal.

Lo único que se le concede es poder con su muda, con la gelatina que trasuda, constituirse dos muros que reemplazan la coraza del esquino y la roca donde se pega. El molusco tiene la ventaja de sacar de propio su defensa. Dos valvas forman una casa; casa ligera y frágil: los que flotan la llevan transparente.