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Amén añadió el pescador de marras, presentándose en la sala con una gran jarra de aguardiente y un vaso en una mano, un plato lleno de queso en la otra, y un guardia civil ... ó pan de seis libras, debajo del brazo.

Igual a ésta es otra, donde se ve un tablero, que sirve de mesa, con un anafe, y encima una olla hirviendo; y tapada con una escudilla, que se ve la lumbre, las llamas y centellas vivamente, un perolillo estañado, una alcarraza, unos platos y escudillas, un jarro vidriado, un almirez con su mano y una cabeza de ajos junto a él; y en el muro se divisa colgada de una escarpia una esportilla con un trapo, y otras baratijas, y por guarda de esto un muchacho con una jarra en la mano, y en la cabeza una escofieta, con que representa con su villanísimo traje un sujeto muy ridículo y gracioso» .

En un salto llegó Loppi a su casa, e iba riendo por el camino, y tirando por el aire el sombrero. Llena estaba ya la mesa de platos, cuando él llegó, con cucharas de hierro, y tenedores de tres puntas, y una jarra de estaño: y el ganso con papas, y un pudín de ciruelas. Hasta un frasco de anisete había en la mesa, con su forro de paja. Pero Masicas estaba pensativa.

El primer día de su estancia en los Pazos bien necesitaba chapuzarse un poco, atendido el polvo de la carretera que traía adherido a la piel; pero sin duda el actual abad de Ulloa consideraba artículo de lujo los enseres de tocador, pues no vio Julián por allí más que una palangana de hojalata, a la cual servía de palanganero el poyo. Ni jarra, ni tohalla, ni jabón, ni cubo.

Bebió ésta, bebieron sus hijos; y como al llegar á la mitad del corro faltase líquido, la escanciadora se retiró al centro de la sala, y exclamó en el tonillo de rigor: Á rial, para los dolientes. ¡Para un rayo que te parta! gritó la mujer que antes había reñido con ella. ¿Adonde se han dío dos azumbres de aguardiente que debía haber en la jarra?

La hacía con agallas y caparrosa, y la revolvía dentro de la jarra con ese paluco, que es de higar, porque de otra madera no sirve: saca la tinta mal color. Después de desocupada la alacena, me mandó mi tío que sacara la balda tirando hacia . Saqué la balda, que era pesada y de castaño, como todo el interior de la alacena.

La consabida mujer le salió al encuentro, después de haber tendido otra vez en el suelo su mantilla, y aceptó con cierta solemnidad la jarra y el vaso que el marinero le ofreció; en seguida colocó éste el pan y el queso sobre la mantilla, y sacó del bolsillo una navaja; calló de repente la concurrencia, lanzó el quinto gemido la mujer del glorificado, relamiéronse con fruición sus tres hijos, y la que tenía la jarra llenó con admirable pulso, hasta los bordes, el primer vaso de aguardiente.

Y obsequiada ya de este modo la familia, el vaso, el pan y el queso comenzaron á circular por la reunión entre murmullos muy expresivos, oyéndose de vez en cuando aquí y allá, bien por la chillona voz de una mujer, bien por la ronca de un hombre, la frase consabida «á la buena gloria del defunto». La jarra volvió á presentarse otra vez delante de la viuda.

La sala está en lo de delante del velador, y tiene en medio una mesa, con el pie hecho de un carretel de hilo, y lo de arriba de una concha de nácar, con una jarra mexicana en medio, de las que traen los muñecos aguadores de México: y alrededor unos papelitos doblados, que son los libros.

Julián retrocedió, y la jarra tembló en su mano, vertiéndose un chorro de agua por el piso. Cúbrase usted, mujer murmuró con voz sofocada por la vergüenza . No me traiga nunca el agua cuando esté así... no es modo de presentarse a la gente. Me estaba peinando y pensé que me llamaba... respondió ella sin alterarse, sin cruzar siquiera las palmas sobre el escote.