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Milord, cuando usted quiera marcharse, le espero en la lancha... Usted no se perderá ya en el camino y yo tengo necesidad de ver al comandante, que vive al otro lado del presidio... Tardaré una hora. Tómese usted el tiempo necesario... Yo no saldré hasta la hora reglamentaria... Á las seis... Ya estará oscuro. Que se vaya con usted el marinero.

La última campaña la hizo en la Ferrolana, y con esta fragata dió la vuelta al mundo, con el cual viaje acabó de conquistar el prestigio que le iban dando entre sus compañeros sus muchos conocimientos como marinero, su valor, su buen corazón ... y sus férreos puños.

D. Alonso apretó los puños al oír aquel triste recuerdo, y no profirió un juramento de marino por respeto a su esposa. «La culpa de tu obstinación en ir a la escuadra añadió la dama cada vez más furiosa , la tiene el picarón de Marcial, ese endiablado marinero, que debió ahogarse cien veces, y cien veces se ha salvado para tormento mío.

Uno de los chicuelos de la casa, después de ver el giro que tomaba la cuestión, había salido corriendo á la calle en busca de aquella autoridad, con tan buena estrella, que la encontró al volver la esquina. La presencia del Alcalde sofocó, como por encanto, los furores del combate; y eso que el tal personaje era ni más ni menos que un marinero como los demás.

Admiraba á aquel primo aventurero desde mucho antes de conocerlo. Una tarde, contó el marinero á las dos mujeres cómo se había salvado en la costa de Portugal. La madre le escuchó volviendo la vista, temblándole las manos al mover los bolillos de su encaje. De pronto sonó un alarido. Era Cinta, que no podía escuchar más.

El marinero tarareando y votando decia: Algo ganarémos con esto. ¿Qual puede ser la razon suficiente de este fenómeno? decia Panglós; y Candido exclamaba: Este es el dia del juicio final.

Los preparadores del trépang aún no habían encendido las fornallas y sostenían viva discusión con el viejo marinero, el cual de vez en cuando daba alguna que otra puñada en la rapada cabeza a los hombres amarillos. ¿Qué pasa aquí? preguntó Van-Stael desde lejos, arrugando el ceño. ¿Habrán asaltado los indígenas el campamento? dijo Cornelio. No puede ser: habríamos oído los tiros.

«¿Qué buscas aquí, lombriz? me dijo en el suave tono que le era habitual . ¿Quieres aprender el oficio? Oye, Juan añadió dirigiéndose a un marinero de feroz aspecto , súbeme a este galápago a la verga mayor para que se pasee por ella».

Un viejo marinero, de barba blanca, piel bronceada y curtida por el sol y los vientos de los mares tropicales, y que empuñaba la caña del timón, dijo: La veo, Capitán. Aunque tengo sesenta años, aún conservo la vista.

Gime, herida, la infeliz; lloran asustados los granujas, y el iracundo marinero sale al balconcillo renegando de su estrella y maldiciendo á su mujer.