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Como ahora el chico es mayor de edad y te quiere tanto, te advierto que si para hacer dinero lo mezclas en tus líos tendrás que vértelas conmigo. Yo soy su tutor, por encargo de su pobre padre, y aunque mi misión ha terminado legalmente, me creo en el deber de defenderlo, pues es un bonachón al que engaña cualquiera.... Y no te digo más. Los dos hermanos callaron.

Al rato los labios callaron su pla... pla, y en la piel aparecieron grandes manchas violeta. A la una de la mañana murió. Esa tarde, tras el entierro, Nébel esperó que Lidia concluyera de vestirse, mientras los peones cargaban las valijas en el carruaje. Toma esto le dijo cuando se aproximó a él, tendiéndole un cheque de diez mil pesos.

Pero advirtió entonces en Adriana la palidez y un ligero temblor de los labios. Y comprendiendo que algo grave ocurría, tomó a Charito aparte. Ella se sentó al lado de Muñoz, quien se había incorporado y la miraba con expresión de curiosidad. Ambos quedaron por un rato en silencio. He recibido su carta y he venido. Gracias, Adriana. Yo debo agradecerle este acto de bondad. Ambos callaron.

Los espectadores, de pie, miraban aterrados. La cantante agitó lentamente la mano como para decir que todo era inútil. Bosquejó una sonrisa, esperando que la recogería Jacobo. Su belleza era tan brillante en aquel momento supremo, que los tres mil espectadores que ocupaban el teatro se callaron como por una fuerza misteriosa, y se oyó el último suspiro que se exhalaba de los labios de la artista.

No creas; yo, aquí donde me ves, soy un aldeano; juego a los bolos que ya ya.... Petra se detuvo y se volvió para ver a don Fermín que hacía el ademán de arrojar una bola de roble por la cóncava bolera adelante.... Rió la doncella y continuando la marcha, dijo: No, que es usted fuerte no necesita decirlo: bien a la vista está. Callaron otra vez.

Viéndola tambalearse, Fabrice corrió a sostenerla, depositándola suavemente sobre el rústico asiento; sus risas callaron, poco a poco se agitaron sus miembros en los esfuerzos de la convulsión, y al fin yació desmayada. ¡Nos había escuchado!... ¡Todo lo sabía! murmuró el pintor como hablándose a mismo. Tornóse a Pierrepont, inmóvil a dos pasos, pálido cual un cadáver en su ataúd.

¿De modo que a esta tía monstrua no se le da un castigo?... Eso que está bueno. Y seguirá riéndose de nosotras... No lo entiendo. Dios es el que castiga; nosotros aprendemos. Ambas callaron, mirándose. «Tengo que traerle a usted un confesor. Usted no está buena ni del cuerpo ni del alma.

Se callaron, porque muy cerca, dos corredores reñían y se daban de mojicones. Quién corría, quién gritaba y algunos se interpusieron entre ambos combatientes; apabullado el sombrero, la corbata deshecha y la cara amoratada, se fueron cada cual por su lado, echándose miradas de desafío. Los nervios están cargados de dinamita dijo Rocchio.

¡Basta! volvió a gritar ella con mayor imperio. Pepe no contestó a doña Manuela; pero, volviéndose hacia la puerta del cuarto de Tirso, exclamó rápidamente, como si temiera mancharse los labios con la palabra: ¡Víbora! Después, todos callaron.

Chica, has soñado con algún príncipe ruso. Las de Ferraz, que ya estaban allí, rieron la gracia, fingiendo no encontrarle malicia. Los demás callaron, sorprendidos ante la audacia. Emma no vio el epigrama; Bonis tampoco.