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Qué placer es estar junto a usted, querida primita dijo Inés sentándose en el sofá de la sala tan cerca de Amaranta, que casi estaba sobre sus rodillas . Me olvido de la falta que he cometido huyendo de mi casa, y los gritos de mi conciencia son ahogados por la gran felicidad que ahora siento. Estaré un ratito, un ratito nada más.

Le consolará Obdulia, que le asedia y le prefiere a don Saturno, al mitrado y a mi amigo Joaquín. Pero él la aborrece... es muy escandalosa... no le gustan así... que le odias a él.... Me cargan los hipócritas, chico.... Y oye; a ti te conviene que el Magistral se quede. ¿Por qué? Porque Obdulia te dejará en paz, y podrás cultivar a la primita.... ¡Oh, eso que no te lo perdono!

No habiéndose familiarizado aún con los movimientos de rotación del ojo, apenas percibía las imágenes laterales. Podría decirse de él, como de muchos que nunca fueron ciegos de los ojos, que sólo veía lo que tenía delante. Primita dijo avanzando hacia ella . ¿Cómo no has ido a verme hoy?, yo vengo a buscarte. Tu papá me ha dicho que estás haciendo trajes para los pobres. Por eso te perdono.

Por eso os quiero, ¡ajo! y si he recibido de ti los dos nacionales de las cartas a la primita, es porque soy pobre, y comprendía que aquella era una manera delicada tuya de auxiliarme. Precisamente; por eso deseo que aceptes este reloj, que quizá no valga dos nacionales... Bueno, si es así... pero, conste que yo no te pido nada. El filósofo guardó la modesta alhaja.

Ponte, lector, en situación análoga; haz memoria de si siendo colegial te enamoraste de una primita o de una amiga de tu hermana; recuerda luego si pasados los años de la juventud, y ya hecho hombre, tornaste a pisar los lugares donde, al conocerla, sentiste o creíste sentir amor; deja que en tu alma, tal vez vieja y gastada, reverdezca aquella primavera de tu mocedad; adórnala de reminiscencias dulcísimas, y entonces ¡sólo entonces! comprenderás cómo la fantasía de don Quintín se deleitó en recordar la que a él se le antojaba pasión avasalladora.

¡Qué dicha, y que amables son los hombres! a pesar de lo que dice mi tía. Qué ¿vuestra señora tía no ama a los hombres? La verdad es que ya pasó para ella la edad de la coquetería. La coquetería... Jamás se me habla de eso. ¿Os parece que se debe ser coqueta? Sin duda, primita; a mis ojos eso es una cualidad, pero coqueta en el buen sentido de la palabra.

Al estrecharla, don Pedro no pudo dejar de notar las bizarras proporciones del bello bulto humano que oprimía. ¡Una real moza, la primita mayor! ¿ eres Rita, si no me equivoco? preguntó risueño . Tengo muy mala memoria para nombres y puede que os confunda. Rita, para servirte... respondió con igual amabilidad la prima . Y ésta es Manolita, y ésta es Carmen, y aquélla es Nucha....

¡Reina! murmuró el cura. Bueno. Hablemos de otra cosa, señor cura; pero la verdad es que yo quisiera tener el buen humor de mi primo y descubrir las buenas cualidades de mi tía. Tened un poco de filosofía práctica, primita; eso es una sólida base de felicidad, y la única filosofía que me parece que tenga sentido común. ¡Qué lástima que no seáis mi tía! ¡Cómo nos querríamos!

Se había alejado, y creyendo no verle en mucho tiempo, crucé las manos con desaliento y dejé correr mis lágrimas, cuando le vi volver sobre sus pasos. Vamos, Reina, no nos hagamos los malos. Por qué nos enoja... Pero qué... ¿estáis llorando? Pensaba en Juno repuse logrando hacerlo con voz segura. Tenéis razón, primita. Os quedáis muy sola. ¿Queréis tenderme la mano? Con mucho gusto, Pablo.

¡Qué tontería! dijo la señorita ruborizándose . Hay otras mucho más guapas que yo.... No, no, todos dicen que no afirmó Pablo con vehemencia, y dirigía su cara vendada hacia la primita, como si al través de tantos obstáculos quisiera verla aún . Antes me decían eso y yo no lo quería creer; pero después que tengo conciencia del mundo visible y de la belleza real, lo creo, , lo creo.