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Ah! la bondadosa Providencia habrá colocado al borde de la tumba aquellas santas inspiraciones, como heraldos que nos avisarán de que íbamos á pisar los umbrales de la eternidad!.... Una clasificacion de acciones. Los actos prácticos del entendimiento son los que nos dirigen para obrar: lo que envuelve dos cuestiones: cuál es el fin que nos proponemos, y cuál es el mejor medio para alcanzarle.

La catedral perdería algo importante si le faltaba un Luna, después de tantos siglos de fiel servicio, y a él le asustaba la posibilidad de vivir fuera de ella. ¿Cómo había de ir por los montes disparando tiros, si para él transcurrían los años sin pisar otro suelo «profano» que el pedazo de calle entre la escalera de las Claverías y la puerta del Mollete?

Toda su atención se concentraba en el deseo de pisar cuanto antes aquella tierra maravillosa, para comprar flores, comer frutas frescas y tomar asiento en un café de la Avenida Central, viendo caras nuevas.

Saltan al mar así que comprenden la inmensidad de la catástrofe y nadan con vigor a pisar tierra, huyendo de los tiburones y tintoreras que abundan en esas costas.

La condesa, la gran señora que tan raras veces bajaba de su carruaje, como si se desdeñase de pisar con sus elegantes brodequins el polvo de que estaba formada, se internó por aquellos oscuros vericuetos, y atravesando varias callejas, solitarias en aquella hora, que parecían serle muy conocidas, vino a desembocar en la plazuela de Santo Domingo.

Aprovechándome de la influencia de mis amigos, he conseguido para usted esta distinción: al pisar por última vez su casa, he venido con el propósito de aumentar en algo las alegrías de este día; y usted, en cambio, acaba de ofenderme desapiadadamente: soy hijo natural.

Llevad, escudero, ambas respuestas á vuestro amo, dijo el príncipe, y pedidle que nombre á uno de los cinco mantenedores ingleses que han justado hoy para romper lanzas con él. Un momento; ese caballero no lleva blasón ni divisa y necesitamos conocer su nombre. Mi señor ha hecho voto de no revelar su nombre ni alzar la celada hasta pisar de nuevo la tierra de Francia.

Mandarla pisar las calles de la corte, era, en su concepto, como decirla: «Métete en esa leonera; arrójate en esa lumbre». Se necesitaron heroicos esfuerzos de su tío y de las personas a quienes éste encomendó la ardua tarea de educarla hasta donde fuera posible, para que afinara, nada más que para que afinara, aquellas sus escabrosas ideas.

Poco después, don Juan, resuelto a seguir el consejo de Julia, quiso, para orientarse, conocer el terreno que acaso habría de pisar, y tomando un coche de punto, encargó al simón que pasase despacito por la calle de Don Pedro. Se quedó asombrado.

En su caída había llegado hasta la culpa por el camino de la premeditación; procuró que su amante volviera a pisar la casa de sus padres, y trémula de amor, agitada por el deseo, le debió esperar para recibirle en sus brazos.