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Era aquel el regalo elegante, refinado, de un hombre que no procura deslumbrar pero que sobresale sobre todos los demás por la rareza y el gusto de lo que regala. ¡Oh! señor, dijo Herminia, ¿cómo me atreveré á adornarme con una alhaja de tan gran precio? Hija mía, dijo Roussel sonriendo, esa joya no tendrá verdadero valor más que cuando usted se la ponga.

No me lo diga usted dos veces... Está a su disposición... ¡vaya una alhaja! ¿? Pues me lo llevo... mire usted que yo soy una urraca.... Y que era una urraca, como que así la llamaba doña Paula: la urraca ladrona. Donde hacía estragos era en los comestibles. Llegaba a casa de una vecina riendo a carcajadas. ¿Sabes lo que me pasa?

Y la acariciaba, y le decía dulcemente como a una señorita: Ven acá, alhaja, tesoro, mi perla fina... Y el bueno del Papa, enternecido, decía para sus adentros: ¡Qué guapo mozo!... ¡Qué cariñoso está con mi mula! ¿Y saben ustedes lo que ocurrió al siguiente día?

El Arzobispo, que era entonces Federico Borromeo, varon de gran juicio y singular discernimiento, quiso asegurarse por mismo, y dixo á la Religiosa, que se hallaba con una alhaja muy estimable y de gran valor, pero que para saber lo que debia hacer de ella lo preguntase á Jesu-Christo, y con eso sabria que no podia errar.

Esto es otra cosa dijo precipitadamente Montiño. El padre Aliaga no contestó. Montiño se encontraba terriblemente predispuesto á la confesión y continuó: Esta alhaja me la ha dado el duque para una dama. Hizo un gesto de repugnancia el padre Aliaga. Se trata de una dama á quien conoce el duque de Uceda. ¡Qué vergüenza! ¡qué corrupción! ¡qué escándalos! exclamó el padre Aliaga.

Al oír esta expresión de cariño, dicha por el Delfín tan espontáneamente, Jacinta arrugó el ceño. Ella había heredado la aplicación de la palabreja, que ya le disgustaba por ser como desecho de una pasión anterior, un vestido o alhaja ensuciados por el uso; y expresó su disgusto dándole al pícaro de Juanito una bofetada, que para ser de mujer y en broma resonó bastante. «¿Ves?, ya estás enfadada.

¿Qué había pasado en la habitación donde se encontraban los rivales de tapete? Don Fernando perdía una gran suma, y no teniendo ya prenda que jugar, se acordó del espléndido anillo de su esposa. La desgracia es inexorable. La valiosa alhaja lucía pocos minutos más tarde en el dedo anular del ganancioso marqués. Don Fernando se estremeció de vergüenza y remordimiento.

Pues, señor, resulta de que yo, á la vera de la casa, tengo un güerto de carro y medio de tierra, que, en buena hora lo diga, es una alhaja pa el dicho de coger patatas y posarmos pa el avío de la casa...; como que el viudo del Cueto me daba por él un prao de cinco carros y un rodal viejo, y no se le quise cambiar.... ¡Que me muera de repente si es mentira!

sales del limbo ahora; te coge una modista que lo entiende, te emperejila y engalana a uso de mujer que es hija de un padre rico y bien relacionado en la tercera capital de España, y me dice a : «ahí está esa alhaja, preparadita para brillar entre las más resplandecientes.

Vengo á veros para que me saquéis de un apuro dijo don Juan. Tomó el rostro de la vieja la expresión de una innoble reserva, y contestó con voz compungida: ¡Jesús, señor! ¡apuros tenéis apenas entrado en Madrid! ¡y venís á que yo os saque de ellos! ¡si yo supiera quién quería sacarme de los míos! Mi apuro consiste en que, como soy nuevo en la corte, no dónde podré empeñar una rica alhaja.