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Sin que se sepa por qué, pues la via está perfectamente acabada, es frecuente en averías el camino de hierro de Burdeos á Paris. La semana ántes de atravesarle yo hubo un tren descarrilado, si bien afortunadamente no ocurrieron desgracias. Esta escena, acaecida diferentes veces ya á pesar de haberse empezado á explotar hace poco tiempo, se repitió el dia en que yo le crucé.

En una senda abandonada y triste que recorren tan sólo ángeles malos, una extraña Deidad la negra Noche ha erigido su trono solitario; allí llegué una vez; crucé atrevido de Thule ignota los contornos vagos y al Reino entré que extiende sus confines fuera del Tiempo y fuera del Espacio.

Pero veis cómo el piadoso cielo socorre en las mayores necesidades, pues llega don Gaiferos, y, sin mirar si se rasgará o no el rico faldellín, ase della, y mal su grado la hace bajar al suelo, y luego, de un brinco, la pone sobre las ancas de su caballo, a horcajadas como hombre, y la manda que se tenga fuertemente y le eche los brazos por las espaldas, de modo que los cruce en el pecho, porque no se caiga, a causa que no estaba la señora Melisendra acostumbrada a semejantes caballerías.

Sentía ansia de destrucción, y mi amor propio, mi orgullo herido clamaban al cielo, haciendo a toda la creación solidaria de mi agravio. Yo creía que el universo entero estaba ofendido, y que cielo y tierra respiraban anhelo de venganza. Crucé varias calles, repitiendo: Mataré a ese inglés, le mataré. Al volver una esquina creí distinguirle y apresuré el paso. , era él.

Por eso en este momento me atrevo á suplicar á mi buen tío que no se oponga á que por sus propiedades de Carrio cruce la vía férrea necesaria para transportar los minerales. Su oposición, aunque fuese vencida por la ley, al cabo dilataría algún tiempo la prosperidad de nuestro país. ¡Me opongo y me opondré con todas mis fuerzas! exclamó el capitán airado.

El cura estaba ya muy viejo, no le faltarían los achaques de la edad, y nada más justo que Angelina estuviese a su lado. Tiré la pluma, crucé los brazos sobre la mesa, y me puse a pensar, desalentado y triste, en la partida de la joven. Por fortuna llegó Castro Pérez, y fué preciso ponerse a trabajar.

Avanzaban los músicos quedamente a lo largo de los corredores todavía iluminados por la luz eléctrica, y deteniéndose en un cruce, embocaban sus instrumentos, repitiendo la solemne alborada. Los durmientes se agitaban en sus lechos. Todos sabían lo que significaba esta música oída entre sueños. El Coral de Lutero.

Dígala Vd., de parte de su hijo, que, si quiere, pronto podrá quedarse aquí para siempre. Adiós, señor repuso secamente la del hábito. Salió Pepe al corredor que comunicaba con el zaguán, y al atravesar el cruce de dos pasillos vio claridad de luz artificial en una puerta entornada: atraídos sus ojos por el resplandor, miró, y tras aquella puerta vio a su madre, que estaba espiando su salida.

Entonces, en ese instante en que crucé la galería, sentí intensamente cuánto la quería y lo que acababa de hacer. Aspiración de lujo, matrimonio encumbrado, todo me resaltó como una llaga en mi propia alma.

¡La dejé...! Mis patrios lares, ¡Arbol deshojado y seco! ya no repiten el eco de mis pasados cantares. Yo crucé los vastos mares ansiando cambiar de suerte, y mi locura no advierte que, en vez del bien que buscaba, el mar conmigo surcaba el espectro de la muerte. Toda mi hermosa ilusión, amor, entusiasmo, anhelo, allá quedan bajo el cielo de tan florida región.