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Envuelta en tus sangres estabas. 24 te edificaste alto, y te hiciste altar en todas las plazas; 25 en toda cabeza de camino edificaste tu altar, y tornaste abominable tu hermosura, y abriste tus piernas a cuantos pasaban, y multiplicaste tus fornicaciones. 26 Y fornicaste con los hijos de Egipto, tus vecinos, gruesos de carnes; y aumentaste tus fornicaciones para enojarme.

2 Que tornaste la ciudad en montón, la ciudad fuerte en ruina; el alcázar de los extraños que no sea ciudad, ni nunca jamás sea reedificada. 3 Por esto te dará gloria el pueblo fuerte; te temerá la ciudad de gentiles robustos. 6 Y el SE

Ponte, lector, en situación análoga; haz memoria de si siendo colegial te enamoraste de una primita o de una amiga de tu hermana; recuerda luego si pasados los años de la juventud, y ya hecho hombre, tornaste a pisar los lugares donde, al conocerla, sentiste o creíste sentir amor; deja que en tu alma, tal vez vieja y gastada, reverdezca aquella primavera de tu mocedad; adórnala de reminiscencias dulcísimas, y entonces ¡sólo entonces! comprenderás cómo la fantasía de don Quintín se deleitó en recordar la que a él se le antojaba pasión avasalladora.

Despertaron mi dormida pasión tus dulces halagos, tornaste en arpa mi vida y fuí cisne de tus lagos. Y ahora qué en ellos me agito, con una sed de infinito y la visión de mi cruz ¿porque le niegas ¡oh gloria! a mi breve trayectoria tu eterna estela de luz? Guarda silencio el coloso, silencio largo y profundo.

18 Así hizo patentes sus fornicaciones, y descubrió sus vergüenzas; por lo cual mi alma se hartó de ella, como se había ya hartado mi alma de su hermana. 21 Así tornaste a la memoria la suciedad de tu juventud, cuando estrujaron tus pechos en Egipto por los pechos de tu mocedad.