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Desde que vivo emancipado de sus engañosas seducciones, me siento más alegre, más seguro de mismo; gozo con ingenuidad del momento que pasa... No quiero hablarte de las vergüenzas físicas de esos cuerpos que pretendemos divinizar, de las impurezas diarias ó mensuales que les hace sufrir la vida con sus exigencias. La mujer es menos sana que el hombre. La Naturaleza lo ha querido así.

El señor tornaba a sus antiguas costumbres de mozo alegre; convertía en una casa de vergüenzas aquel cortijo, con el que soñaba ella como un nido de amores legítimos. Quita allá, sinvergüenzón. Por aquí no güervas: te conozco...

Las actrices más famosas y las damas más conspicuas, niveladas por el mismo sentimiento compasivo, habían hecho en ella prodigios de caridad, sacrificando, en aras de los pobres, los quilates más o menos subidos de sus respectivas vergüenzas.

Manteniéndose en la puerta, le contestó Benina con voz entera: «Aquí estoy, señora, y como dicen que mancho los baldosines, no quiero pasar; digo que no paso... Me han sucedido cosas que no le quiero contar por no afligirla... Lleváronme presa, he pasado hambres... he padecido vergüenzas, malos tratos... Yo no hacía más que pensar en la señora, y en si tendría también hambre, y si estaría desamparada.

Nadie dijo una palabra, nadie hizo un comentario... En el embarazoso silencio que deja al descubierto las grandes vergüenzas, oyóse tan sólo la suave vocecita de la Albornoz, que decía algún tanto temblorosa: ¿Mademoiselle de Sirop?... ¡Qué delicia!... ¿Si será prima del jarabe Henry Mure que han recetado a Fernandito?...

He crecido sabiendo con qué punzadas y retortijones avisa el estómago el dolor de su vacío... He sufrido privaciones y vergüenzas, hasta que un día... Calló un momento. Temblaba su voz, súbitamente enronquecida. Se llevó una mano a los ojos como si le molestase la luz. Un día, cuando fui hombre, una infeliz me escuchó: una compañera de miseria, ansiosa de ideal a su modo.

has salido». «Fui a comprar aquella tela...». «¿Y dónde está?». «¿Que dónde está la tela?... Pues no ...». «Parece que estás en Babia. A ti te pasa algo. Levántate de ese sofá». Pero no se levantaba. Empezó a sospechar la viuda que aquel espíritu estaba perturbado, y tembló. Vinieron a su pensamiento pasadas vergüenzas y desdichas, y se prometió vigilar mucho.

«Nuestro Señor que lo han quitado de la Cruz y esta desnudo en cueros y con un paño, tiene tapadas sus verguenzas y esta echado sobre la falda de un santo que tiene la barba endida y larga y nuestra señora la diestra tiene debajo de la barba de nuestro señor que lo quiere besar y se le parece la siniestra ay un ¿naviete? y un molino de vientoMonograma dibujado W.

Ella sintió crecer aquel desconsuelo que la oprimía y la angustiaba y le producía una irritación sorda, una amarga iracundia, que la llevaba a escarbar llena de saña en el basurero de su vida, buscando y enumerando las vergüenzas públicas, las inmundicias de todos conocidas, que le había tolerado, consentido y hasta aplaudido como amables pequeñeces aquel mismo Madrid que ahora le volvía la espalda, para arrojárselas a la cara, gritándole con muy buena lógica: «¿Acaso soy ahora peor que lo fui antes?... ¿Por ventura hace más fuerza en ti una calumnia anónima, levantada por pérfidos asesinos, que ese montón de lodo con que a todas horas te he salpicado el rostro?...».

Calló Currita, y con la cabeza baja y las manos cruzadas y entornados ojitos, esperó muy devotica el sermón formidable, la peluca tremenda que creía ella iba a venir tras de aquello, seguida de alguna violenta exhortación a la confesión y la penitencia, con algunos toquecitos de llamas del infierno; y luego, más tarde de lo que ella deseaba y con tanto anhelo iba buscando, un generoso ofrecimiento, noble, sincero y amplio... Mas el padre Cifuentes, que había escuchado sin pestañear todo aquel cúmulo de vergüenzas y de horrores, que no había hecho el menor gesto de asombro, de disgusto, de compasión ni de protesta, sacó la tabaquera de cuerno, tomó un polvo y dijo lacónicamente: Haga usted los Ejercicios...