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El tío Frasquito, que con gran falta de delicadeza, hija de su deseo vehementísimo de seguir las peripecias del drama, se había constituido en testigo de la conferencia, metió entonces su cucharada, asegurando que aquello estaba muy bien pensado, que su sobrino el padre Cifuentes tenía razón hasta por encima del solideo, y que lo más derecho para su sobrino Jacobo era dirigirse desde luego a su sobrina Villasis, porque lo que esta no alcanzase de su sobrina Sabadell nadie en el mundo, fuera o no sobrino suyo, podría alcanzarlo.

6 El lindo Don Diego, de D. Agustín Moreto y Cabañas. 7 Las niñeces del Padre Rojas, de Lope de Vega Carpio, jamás impresa. 8 Lo que son suegro y cuñado, de D. Jerónimo de Cifuentes. 9 El amor en vizcaíno y los celos en francés y torneos de Navarra, de Luis Vélez de Guevara. 10 Amigo, amante y leal, de D. Pedro Calderón. 11 Firmeza, amor y venganza, de D. Antonio Francisco.

Jacobo, sin preámbulos de ningún género, anunciaba a su mujer su próxima llegada, para tratar con ella de asuntos importantes, cuyo arreglo le había aconsejado el padre Cifuentes, excelente persona que había conocido en París, llenando su corazón abatido de esperanza y de consuelo... La marquesa creyó haber leído mal aquel último párrafo de la breve carta, y tornó una y otra vez a leerlo.

La niña no se sorprendió al verla... Había ofrecido aquella tarde, por aviso del padre Cifuentes, el sacrificio de su vida, y esperaba confiada y serena, como esperan las lágrimas del pecador los ángeles de la guarda...

Lilí, sin imaginar siquiera en su sencillez de ángel el efecto que en su madre podían causar sus palabras, continuó diciendo: Me decía que fuese siempre muy buena y no saliera nunca del colegio y rezara mucho por él, y por usted y por mi papá; porque la ira de Dios iba a descargar sobre nuestra casa... Yo lloré mucho, mucho, y ofrecí entonces ser monja, y se lo dije a la madre Larín y al padre Cifuentes.

¡No, no, señora!... Las Madres no me han dicho nada. Pues entonces habrá sido el confesor, el padre Cifuentes. Tampoco... ¿Pues quién te lo ha dicho?... Paquito. ¿Paquito?... ¡Vaya un apóstol!... ¿Y por qué no se mete él fraile?...

De las heridas que el derrotado plenipotenciario de Constantinopla llevaba en el alma, ninguna escocía tanto a su vanidad, ninguna irritaba tanto su soberbia como el que fueran sus vencedores una beata y un fraile. En el paroxismo de su furor imaginábase estrangular algún día a la taimada Villasis con el pañuelo a cuadros azules y amarillos del hipócrita Cifuentes. Fin del libro segundo Libro III

¡Pues me hace gracia!... ¡Valiente paladín le ha salido a la Elvirita!... ¿Y dónde han hecho ustedes su compadrazgo? Supongo que no será en el confesonario del padre Cifuentes. No, por cierto... La veo y la he sabido apreciar en casa de María Villasis, que es su amiga íntima.

La madre, muy compadecida, y creyendo que aquella oveja extraviada llamaba de nuevo al aprisco, procuraba consolarla y prometíale escribir aquella misma noche al padre Cifuentes, anunciándole su visita.

11 La silla de San Pedro, de D. Antonio Martínez. 12 La más constante mujer, burlesca, de Juan Maldonado, Diego La Dueña y Jerónimo de Cifuentes. 1 La dama corregidor, de D. Sebastián Villaviciosa y D. Juan de Zavaleta. 2 La Estrella de Monserrate, de D. Cristóbal de Morales. 3 Amor y obligación, de D. Agustín Moreto. 4 Vengado antes que ofendido, de D. Jerónimo de Cifuentes.